El periodo de la historia moderna desde 1963 a 1976, conocido como la Revolución Cultural, representa cómo los comunistas se apropiaron, tergiversaron y corrompieron el espíritu de la cultura tradicional China.
Fue la antítesis de la cultura. En todo caso, debería llamarse la Bárbara Demolición Cultural o algún nombre parecido.
Esta época no sólo estuvo marcada por una deliberada y masiva destrucción de la antigua cultura y civilización China, sino que también se cobró con terrible crueldad la vida de muchos patriotas y bondadosos ciudadanos chinos.
Su propósito oculto fue destruir el alma de la Nación.
Zheng Nian, es una dama elegante, con clase, aunque torturada y con el corazón roto, sobrevivió a las pruebas de la Revolución Cultural.
Esta es su historia.
Zheng Nian, una chica de la clase alta de la ciudad
Zheng Nian, conocida en el pasado como Yao Nianyuan, nació en 1915 en el seno de una prominente familia de Beijing.
Zheng tenía carisma y elegancia naturales. Por sus reconocidos antecedentes familiares y belleza, todos pensaban que encontraría una familia distinguida y se casaría pronto.
Inesperadamente, fue admitida primero en la Universidad de Yenching y luego en el extranjero estudió un máster en la London School de Economía y Ciencias Políticas.
Durante su estadía en Londres, conoció y se enamoró del doctor Zheng Kangqi, de la misma escuela, y pronto se casaron y dio a luz a una niña.
En 1949, Zheng decidió regresar a Shanghai con su marido. Su intención original era dedicarse a la nación China. Sin embargo, en un país tomado por el Partido Comunista Chino (PCCh), y al igual que tantas élites chinas bien intencionadas que volvieron del extranjero a la patria con el mismo sueño, se encontraron con que lo que les esperaba era un futuro terrible.
En 1957, el marido de Zheng murió de cáncer. En aquel entonces, ella tenía 42 años.
A pesar de la muerte de su marido, Zheng no se abatió y siguió viviendo con una perspectiva esperanzadora y positiva.
Dos funcionarios no invitados llegaron a su casa una húmeda mañana del verano de 1966
En una típica noche de verano, Zheng estaba sentaba en su tranquilo estudio y leía el periódico bajo la luz de una lámpara de lectura.
Había un mullido sofá con alfombras de brocado y una estantería con libros chinos e ingleses junto a la pared. A veces, el criado venía a informarle de las visitas. Ella charlaba con los invitados en el salón y el criado les traía té en delicada porcelana, junto con bocadillos finos al estilo inglés.
Zheng pensó que podría pasar el resto de su vida en Shanghai de esta manera. Sin embargo, en una húmeda mañana del verano de 1966, dos funcionarios no invitados fueron a su casa a visitarla.
Pronto la catalogaron como derechista y bajo el pretexto de que llevaba un estilo de vida burgués, sospechando que era una espía por haber estudiado y trabajado durante mucho tiempo en el extranjero, saquearon su casa.
Acusada de ser derechista, espía y burguesa
En la tristemente famosa «Primera Casa de Detención», ella comenzó una pesadilla que duró seis años y medio.
En esa época, Zheng tenía más de 50 años. Cuando pensaba en su marido, que había muerto joven, en lugar de lamentar su suerte se alegraba por él .
«Desde su muerte, desde el inicio, no he lamentado su fallecimiento. Por suerte ya se había ido. Si no, no habría escapado de una serie de humillaciones y persecuciones».
Severa condena en prisión
En la cárcel, Zheng tuvo que soportar diversas torturas que le fueron infligidas: hambre, esposas en sus muñecas, puñetazos, patadas y abusos mentales.
En semejante condición de total desamparo y sufrimiento, que incluía tanto tormentos físicos como mentales, una persona común habría perdido la esperanza hace ya tiempo, pero Zheng nunca renunció a su amor por la vida.
Pidió prestada una escoba para limpiar el pabellón y mantenerlo limpio, hizo una tapa para el lavabo para almacenar agua y evitar el polvo e incluso recopiló una serie de ejercicios para mantenerse en forma.
Cuando el celador murmuró que era demasiado molesto, en voz alta ella expresó:
«Es un honor prestar atención a la higiene y es una vergüenza no prestarle atención.»
Con esta firme voluntad, hizo que el alcaide se quedara sin palabras.
Algunas personas, incluso viviendo en la cuneta, pueden seguir mirando al cielo estrellado…
A veces se escandalizaba de las telas de araña que había en un rincón de la prisión, pero se alegraba de las flores silvestres cuando los presos salían a hacer ejercicio.
Zheng transformó su miserable vida carcelaria en «poesía», provocando la envidia de otras reclusas.
La tortura es «un acto demasiado inmaduro e incivilizado»
Las esposas incrustadas le dolían en las muñecas, la piel estaba muy raspada, la herida supuraba y brotaban pus y sangre. Después de vestirse, al subir la cremallera lateral del pantalón, sintió un dolor extremo al rozar la herida en carne viva de la muñeca.
Pero prefirió dejar que el daño se agravara antes que tener un aspecto desaliñado. A pesar de ser la única persona en la celda, las ventanas siempre estaban cerradas, lo cual no tenía gracia para ella.
Cuando fue torturada, nunca gritó pidiendo clemencia. Ella dijo : «es un acto demasiado inmaduro e incivilizado»
Durante sus seis años y medio en prisión, nunca se declaró culpable ni inculpó a nadie. Al final del documento confesional, la inscripción decía «criminal».
Zheng añadió incansablemente la palabra «inocente» antes de «criminal».
El partido comunista chino, quería declararla culpable, pero Zheng creía firmemente que podía reescribir su futuro.
Finalmente en libertad
En 1973, Zheng fue absuelta y puesta en libertad. Para entonces, tenía casi 60 años.
Podía volver a ver la luz del día aunque tenía heridas por todo el cuerpo y estaba mentalmente agotada. A pesar del regocijo de volver a ver la luz del sol, le esperaba la noticia más triste de su vida: su única hija se había suicidado.
Cuando era torturada en prisión, Zheng nunca derramó lágrimas. Pero lloró al saber que su hija había fallecido.
«Sobreviví a mucha cosas y tuve muchos sufrimientos. Pero todo ello perdió su sentido instantáneamente. Siento una vasta extensión de blancura a mi alrededor, una sensación como de haber sido vaciada de súbito».
Zheng no creyó que su hija, amante de la vida, se hubiera suicidado.
Trató activamente sus propias enfermedades, renovó su casa y con sus muchos contactos movió todos los hilos para investigar la verdad de la muerte de su hija.
Resultó que su hija había sido golpeada hasta la muerte y después arrojada desde un edificio.
A pesar de que Zheng envejecía y se debilitaba, seguía teniendo un gran espíritu. Su cruel destino parecía no doblegarla nunca.
Mientras su vida continuara, seguía queriendo vivir una vida hermosa.
Finalmente dejó Shanghai y su pasado atrás, aún así dentro de su corazón, Zheng estaba apesadumbrada y adolorida.