Un astuto comerciante de flores holandés trajo una preciosa flor de África y la cultivó en su propio jardín, esperando venderla a buen precio a su debido tiempo. Esta flor era muy apreciada por él.
Aunque sus amigos y parientes le pidiesen al mercader, normalmente una persona generosa, compartir tan sólo una semilla, él se negaba. Planeaba reproducir un número suficiente de semillas para que crecieran más de diez mil de estas plantas. Recién allí estaría dispuesto a venderlas o regalarlas.
La primera primavera, su jardín floreció, y estas preciosas flores eran especialmente atractivas, como manojos de sol radiante.
Para la segunda primavera, el número de flores ya había crecido a casi seis mil, pero él y sus amigos descubrieron que no habían florecido como era de esperarse. Las flores eran más pequeñas, y sus colores no tan puros.
Cuando la tercera primavera llegó, las flores se habían reproducido a casi diez mil plantas, pero el mercader estaba desilusionado. Las flores se habían hecho aún más pequeñas, y el color estaba peor, no lucían elegantes y nobles como las que había visto en África. Por supuesto, tampoco hizo mucho dinero con ellas.
¿Se había degenerado la planta? Sin embargo, las masas de estas flores que crecen en África año tras año no muestran signos de degeneración. Sin comprender lo que estaba sucediendo, el comerciante consultó a un botánico.
El botánico vino a su jardín y apoyándose en su bastón preguntó:
-“¿Que hay junto a su jardín?”
Él respondió:
-“Junto al mío se encuentra el jardín de otra persona”.
El botánico preguntó:
-“¿Producen también estas flores?”
El mercader movió su cabeza y dijo:
-“Soy la única persona en Holanda, incluso en toda Europa, que cultiva estas flores: el jardín de ellos sólo produce plantas ordinarias como tulipanes, rosas y crisantemos”.
El botánico vaciló antes de decir:
-“Yo sé por qué tu flor ya no es tan preciosa. El polen de tus flores se mezcla en el viento con el polen de las flores del vecino. Por eso tus flores empeoran cada año y pierden su elegancia”.
El mercader preguntó al botánico qué hacer, y éste contestó:
-“¿Quien puede impedir que el viento transporte polen? Hay sólo una manera en que puedes prevenir que tus flores pierdan su verdadero color, debes permitir que tus vecinos cultiven las mismas flores que tú”.
Entonces el mercader compartió sus semillas con el vecino.
La primavera siguiente, su jardín y el de su vecino eran como un mar de flores; las flores eran grandes, rebalsaban de color, y eran elegantes. Llevaron las flores inmediatamente al mercado y ambos -el mercader y su vecino- hicieron grandes fortunas.
Uno se encuentra siempre influenciado por su entorno. Es lo mismo con la nobleza. Uno no puede ser noble solo. Para mantener la nobleza, uno debe tener vecinos “nobles”.
Para crecer un bello “mar” de flores, uno debe compartir la belleza. Sólo así podemos mantener nuestra propia pureza y nobleza.
Una mente sin egoísmo: ese es el secreto para mantener la nobleza.