«La decisión de Andariel»
“Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, es el nombre de este relato de 10 partes en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.
Rufus, a la cabeza de los insurrectos arriesgaba mucho más que su vida: sabía que estaba en juego algo mucho más importante que la libertad de un pueblo y el fin de una atroz y despiadada dinastía. El propio destino del Clan de Magos, El Gremio, como lo llamaban los iniciados, estaba en su Alpha y Omega.
Esta noche, en la Batalla de la Cantera, se dirimiría entre el retorno de la Orden de la Esvástica o su desaparición definitiva y final.
Telles y sus hombres se habían congregado en los Puntos de Magia, donde permanecían ocultos a los ojos de los guardias. A la hora convenida iniciaron un veloz ataque, tomando por sorpresa a desprevenidos soldados que eran golpeados por sombras que aparecían de la nada.
Llegaron a la entrada de la caverna armados sólo con palos y picas, contrarrestaron con corazón y valor, a la custodia mejor armada. Muchos perecieron en intentos cada vez más desesperados, pero la libertad tan ansiada al alcance de la mano, les dio el impulso final, incontenible, definitivo; atravesaron la entrada, implacables y fueron un único grito, un solo pueblo.
A medida que se internaban en los mil recovecos que escondía la montaña, fueron deshaciendo fácilmente el resto de resistencia, cada vez más escasa. Pero al final de uno de los túneles, llegaron a una explanada de grandes dimensiones donde los esperaba un batallón, un centenar de los recios bien pertrechados y mejor entrenados soldados de la Guardia Imperial.
Después de un minuto de silencio atronador, ambos bandos se lanzaron al ataque; ordenados, sistemáticos y coordinados los unos, y salvajes, descontrolados y puro corazón, los otros.
La batalla se estaba inclinando rápidamente en favor de la milicia dinástica y el desenlace hubiera sido el previsible si, de pronto, una segunda horda de pedreros no hubiera aparecido intempestivamente en la retaguardia del ejército de Rae-Hang, que no atinó a repeler la embestida.
Mientras Telles y el grupo principal se dirigían a la entrada de la caverna, Alcides y Rodón, sus lugartenientes, habían marchado con un grupo menos numeroso, pero más agresivo de compañeros, al bosque emplazado encima de la cantera.
Allí Rufus, durante sus relevamientos de terreno, había descubierto antiguos respiraderos de la cantera. Chimeneas casi verticales de menos de un metro de diámetro, que se comunicaban con los socavones y permitían renovar el aire de los trabajadores. Ahora habían sido útiles como pasadizo de la fuerza que inclinaría la batalla, definitivamente, en favor de los rebeldes.
Sin perder tiempo, despejado el camino de tropas enemigas, Rufus encabezó la columna a través de un único pasadizo que penetraba aún más la montaña, a través de paredes de mármol cada vez más azulado. Al final del túnel un brillo refulgente marcaba el final del camino. Rufus avanzó con precaución, a vez que, con el brazo extendido hacia atrás, retenía a Telles y sus pedreros.
El túnel, que a estas alturas era apenas una pequeña abertura donde sólo cabía una persona casi acuclillada, daba a una enorme estancia circular de casi un centenar de metros de diámetro, cerrada por una cúpula casi tan alta como la propia montaña; sus paredes, de un danzante mármol azul que hipnotizaba y que parecía proyectarse desde una esfera del mismo color que flotaba en el centro del recinto.
Al lado de la esfera se encontraba… ¡el mismísimo Rae-Hash!, parado con una mano extendida hacia el mago y con la otra, sostenía una cadena con la que sujetaba por las manos a Saleh, que yacía inconsciente a sus pies.
–¡Retrocede, mago! -ordenó el tirano.
– Que tus hombres abandonen la caverna si no quieres que la muerte de tu protegida sea la menor de tus penurias! El asunto que tenemos que tratar, ahora que finalmente nos encontramos, no debe dirimirse ante testigos indignos! Lo sabes -lo conminó.
Rufus no se sorprendió de ver allí al tirano, pese a que debía encontrarse en el palacio, junto a Saleh. El mago solo corroboró sus sospechas e hizo un involuntario gesto de satisfacción; retrocedió y susurró algo a Telles quien, no muy convencido, emprendió la retirada a cumplir con el último encargo. El mago avanzó unos metros y se ubicó a un metro de su antagonista, separados ambos por la bola de cristal azul.
– ¡Deja que se vaya! -pidió Rufus, señalando a Saleh
– Bien dices que nuestro asunto nos concierne solo a nosotros dos.
– ¿Y privarme el placer de verte suplicar? ¿Y negarme la satisfacción de quitarle la vida mientras no puedes hacer nada por impedirlo?. ¡Nunca, Andariel! Y ya dejemos de jugar con nombres robados. Te llamaré por tu nombre mágico y así no tendrás poder sobre mí, como yo resignaré el mío, revelando el mío. Así debe ser y así será.
– Mi nombre es Andariel, como dices y soy el Mago Inquisidor, como bien sabes, Melquíades -dijo descubriéndose el rostro y dejando al descubierto la marca de la esvástica que brillaba sobre su sien.
– Te he buscado por mil mundos y desde antes que el tiempo se dividiera pretérito y futuro. Has burlado a otros inquisidores antes, pero ya no lo harás más. Debes hacerte cargo de tus actos y enfrentar la suerte de los pérfidos y traidores.
Melquíades tensó la cadena y Saleh gimió mientras abría los ojos confundida.
– Mi querido mago, el bien y el mal son solo espejismos. ¿Me dirás tú cuál es el lado correcto? ¿Acaso pretendes que me entregue mansamente para ser juzgado por una parva de viejos desgastados y perimidos, que aún juegan a ser dioses? ¡Yo me elevé al rango de un Dios! ¡Creé mi propia religión y millones de fieles me adoran, en dominios tan diversos como extensos! ¡Me han llamado con mil nombres, en mil mundos diferentes y mientras ustedes perdían el tiempo persiguiendo sombras, yo le di vida a mi propia divinidad!
– Es demasiado tarde -dijo Rufus/Andariel, lacónicamente.
– Sabes tan bien como yo que tu tiempo se extingue. No te resistas y acepta lo inexorable. El espíritu del clan me habita y ha llegado el momento de restaurar el viejo orden y no hay nada que puedas hacer.
Melquíades tiró una vez más la cadena obligando a Saleh a incorporarse agónicamente, a la vez que acercaba su mano diestra a la esfera azul, haciendo un signo ademán.
– ¡Desconozco tu autoridad, mago! ¡Fui yo quien encontró el Talismán Perdido y sobre él, construí un imperio! ¡Fui yo quien moldeó, pacientemente, este planeta hasta hacerlo digno de mí! -Su voz tronó mientras atraía la esfera y se disponía a trazar un signo en el aire cuando sintió una punzada en la espalda; giró sobre mismo con muestras de dolor, solo para recibir un segundo aguijonazo en el pecho. Saleh, erguida, con llamas en los ojos y su prendedor ensangrentado, lo miraba desafiante.
Melquíades, conmocionado y rojo de furia cayó sobre sus rodillas, mientras se tomaba el pecho, estupefacto y lanzó una señal hacia la pitonisa. Andariel dio un brinco y tomó a Saleh en sus brazos, mientras la joven pitonisa perdía el conocimiento.
El mago la depositó en el suelo y se volvió, con el rostro petrificado de rencor hacia donde yacía Melquiades. El malvado, con la esfera en las manos, se disponía a hacer la Señal que lo transportaría fuera de la montaña, lejos de la justicia de los Magos.
Andariel tenía que decidir en una fracción de segundos si impedía que Melquíades escapara otra vez con el Amuleto o si rescataba de las garras de la muerte a su protegida. Si optaba por Saleh estaría rompiendo su pacto más sagrado, aquel con el que el Gremio lo había honrado y al que lo ligaba su propia esencia.
Pero si Saleh no era su opción, estaría rompiendo otra ley, aún más divina y anterior a todas: Rufus estaría condenando a la mujer de la que se había enamorado.
El mago cerró los ojos y mientras susurraba rezos arcanos, se concentró dibujando extrañas volutas sobre la pálida piel de la joven. Rufus continuó rezando y recorriendo con sus dedos el cuerpo, mientras el tiempo se disolvía a su alrededor.
Nota:
En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. A continuación te invitamos a releer o comenzar este viaje en el orden cronológico.
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