«Los pedreros y el joven Telles»
“Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, es el nombre de este relato de 10 partes en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.
Sin embargo, toda historia tiene una contracara, y la de esta historia, es la de los pedreros. Hombres que dejaban su vida, golpe a golpe, para extraer la mágica piedra, la que aumentaba constantemente, las arcas y la fama, de la Casa Hash, a cambio de una comida diaria y un techo indigno, en las mugrosas y precarias chozas que se apiñaban del otro lado de la cantera, ocultas de la vista de la ciudad.
Cuadrillas de esclavos que trabajaban en turnos interminables, día y noche, semanas corridas seguidas de meses ininterrumpidos, que desembocaban en años sin esperanzas, hasta que la muerte llegaba para, al fin, liberarlos.
Las más jóvenes de las otrora orgullosas y ahora sumisas mujeres, eran llevadas a las Casas de Diversión, donde la nobleza Hash las sometía y las violaba. Las más dóciles pasaban a integrar la numerosa colonia del servicio doméstico y de placer de la corte, descartadas más tarde, cuando sus amos se aburrían y las reemplazaban, en un ciclo sin fin.
Aquellas que eran devueltas a la cantera, intentarían retomar su vida, aunque ya nunca podrían sonreír como solían hacerlo.
Pese a que la vida sólo les prometía sufrimiento, hambre y penurias sin fin, el espíritu de los pedreros se fortalecía bajo el impiadoso sol de la cantera y se resistía a abandonarse, soportaban las humillaciones, las vejaciones y las injusticias: habían hecho de la paciencia, su mayor virtud.
Los pedreros habían nacido esclavos durante generaciones. Descendían de las antiguas tribus que habían dominado el planeta en tiempos pretéritos y cuyos nombres habían sido olvidados a fuerza de proscripción y muerte. Tribus que habían guerreado al invasor que llegó desde el cielo, y que los había sometido, expandiendo su imperio y humillándolos, hasta imponer su realidad, sus convicciones y condiciones.
Tribus orgullosas, que habían desarrollado la rueda y un rudimentario alfabeto, que habían aprendido a temer y respetar la naturaleza. Habían erigido una religión que los contenía, adorando a dioses que los protegían, pero éstos, parecían haber quedado en un pasado remoto, sin residuos.
Tribus que habían sido derrotadas en las Guerras de la Liberación y que desde ese entonces, lejano en siglos y recuerdos, parecían haber ido, paulatinamente, olvidando sus raíces y su orgullo; guerreros que parecían haberse doblegado, aceptando dócilmente su destino, con su espíritu quebrado. Los prisioneros de la poderosa Casa Hash, parecían haberse convertido en los pedreros sin alma de la Cantera Azul. Parecía…
Dos mundos que convivían en un Universo mutilado. Dos caras de una misma pero desigual moneda. Una cara que brillaba al sol, que prosperaba, crecía y se elevaba, mientras que la otra, infame y vergonzante, no debía ser expuesta y no se mencionaba, en los círculos de los nobles ni de los comerciantes. Una civilización que medraba, mientras la otra languidecía; una que no tenía techo y la otra carecía de raíces, parecía…
Ambas civilizaciones permanecían amalgamadas por la magia que yacía en lo más profundo del pozo, donde el azul se hacía más intenso y las llamas se mecían con mayor energía.
Al mundo de los desposeídos, de los condenados al olvido, pertenecía el clan de Telles, uno de los últimos enclaves de Teresíadas en el Universo. Ahora reducidos a su mínima expresión de humanidad, condenados a una vida de esclavitud, sin embargo, mantenían firmes su fe en la Profecía, escrita en las estrellas. Costumbres y ritos se mantenían vivos en el corazón de las mujeres, que se resistían a abandonarse y transmitían, de generación en generación, la secreta tradición de su pueblo.
Telles destacaba por su cuerpo delgado, más alto que la media, y se había convertido en el líder de su clan siendo aún joven, cuando su Divicius, el jefe anterior, su páter, murió encabezando la última revuelta, la más sangrienta y la que había costado la vida de casi la totalidad de los hombres adultos en la cantera.
Telles, como la mayoría de los jóvenes, desconocía a su madre. Había sido instruido desde niño, en el conocimiento de los Secretos Mayores, por las matronas que, en el silencio de noches sin lunas, extraían de las constelaciones y amalgamaban en su corazón, ávido de libertad.
La marca de nacimiento, con forma de esvástica que latía en su sien, lo señalaba como el predestinado, el Elegido, para liberar a su pueblo. Sus manos habían encallecido tempranamente y no había conocido más caricias que la de los látigos, cuando trazaban extraños arabescos en su espalda, aún virgen.
Pero el joven Telles, lejos de desfallecer y renunciar a su sino, se había transformado en un líder fuerte, de espíritu tenaz y fe inquebrantable. Solo debía ser paciente: imperceptibles señales en el firmamento le confirmaban, noche a noche, que su tiempo estaba pronto.
Nota:
En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. A continuación te invitamos a releer o comenzar este viaje en el orden cronológico.
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