«La cantera»
“Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, es el nombre de este relato de 10 partes en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.
La cantera era imponente. Una pared semicircular de más de mil metros de altura, constituida por bloques blanco-azulados, de caras perfectas y finas aristas, que componían un irregular pero armonioso paisaje; una suerte de escalones desordenados que, sin embargo, daban la sensación de un elaborado y preciso arreglo.
Cada más o menos cien metros, una delgada explanada daba lugar al incesante trabajo de los esclavos que, con mazas, cuñas y cinceles, arrancaban trozos de la montaña. Rústicos andamios y carros tirados por robustas bestias, complementaban el panorama, en el que hombres duros y recios, trajinaban en un incesante ir y venir, bajo los impiadosos rayos del sol moribundo.
En la parte baja del paredón se divisaban cavernas de distintas dimensiones, excavadas en la montaña. Rufus prestó especial atención a una de ellas, la de mayor tamaño, que estaba fuertemente custodiada por soldados bien pertrechados. En la cima del enorme paredón la cantera estaba coronada por un frondoso bosque, que no tardaría en desaparecer a medida que la exploración avanzara.
El mago dedicó un par de días a recorrerlo, bosquejando en su mente un prolijo mapa en el que marcó su detallada geografía, con cada promontorio y accidente. Tomó nota de la densa vegetación y de las sendas que lo recorrían.
Cuando estuvo convencido de conocer la zona y después de un minucioso reconocimiento de la cantera y sus alrededores, se concentró en determinar con precisión, el número de soldados y cronometrar sus recorridos, al tiempo que estudió a los pedreros, hasta identificar a los tres que oficiaban de referentes.
Entre ellos, reconoció a su líder quien se esforzaba, como todos y era el último en recibir su ración de comida; lo vio padecer un centenar de azotes y mantenerse entero, resguardado en un silencioso orgullo.
Esperó a que las últimas luces del día se despidieran y se aventuró al campamento, esquivando fácilmente a guardias desganados y desprevenidos; se dirigió directamente a la zona de castigo, donde Telles parecía residir casi de manera permanente. Lo encontró tirado, rezumando sangre y, para sorpresa del mago, parecía estarlo esperando.
Al abrigo de las sombras necesitaron muy pocas palabras para conocerse, quizás reconocerse. Restablecieron lazos que aguardaron siglos en manifestarse y tuvieron la certeza de que la Profecía había comenzado a revelarse.
Rufus volvió cada noche y así estrechó las manos de Alcides y de Rodón, y el grupo fue creciendo en número y en determinación; el mago escuchó suplicas y compartió plegarias, curó heridas y fortaleció la confianza; apaciguó corazones exaltados e influyó ánimo a aquellos más domesticados; fue compactando voluntades y encauzando energías mientras urdía el plan que restauraría el orden sobre el caos y pondría punto final a la opresora dinastía de la casa Hash.
Mientras tanto en Ashar, un renovado Munir imbuido con un valor que desconocía y de un saber que le era ajeno -obviamente intervenido por las artes mágicas de Rufus- se dedicaba, haciendo uso de su modo lenguaraz de timador y embustero, a generar descontento en la población más pobre y oprimida de los bajos fondos de la gran ciudad.
Esparcía rumores sobre tiempos de sangre y fuego, rescataba profecías adormecidas y pactaba alianzas con los más diversos malhechores.
Por su parte, la hermosa Saleh, instalada en el carromato, interpretaba exitosamente su rol de adivinadora, ganando rápidamente el favor de cortesanas y damas de alta alcurnia de quienes extraía valiosa información, revelada en forma de sueños o premoniciones.
Material que usaría más tarde, interpretando antiguas runas, y desentrañando huidizas visiones, con los que proveía al mago, quien manipularía el futuro probable e interpelaría al destino, tallando talismanes y dibujando señas en el aire, para modificar senderos y bifurcar realidades.
Así Rufus fue armando el rompecabezas, escuchando voces que le relataban historias y escrutando el alma de la cantera. Así supo que, en lo profundo de la montaña donde el azul era más puro, yacía el corazón de la piedra, el origen de la magia y el final de una era que languidecía.
En la cantera yacía la fuente del poder de la casa Hash y, por lo tanto, allí también residía la semilla de su destrucción. La cantera era el centro, el origen y la raíz de un Imperio: allí debía desencadenarse su fin, allí se desarrollaría la batalla final y se reiniciaría la historia. Pero eso viene más adelante…
Nota:
En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. A continuación te invitamos a releer o comenzar este viaje en el orden cronológico.
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