«Rufus y el secreto de la piedra azul»: Cap. 4 – «La casa Hash»

«La casa Hash»

“Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, es el nombre de este relato de 10 partes en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.

Por José Pablo López 

Desde el mismo momento en que el Conjunto Planetario Cercano se convirtió en el nuevo albergue de millones de seres humanos que escaparon de la Gran Colisión, se transformó también en el hábitat natural de todos los vicios y debilidades inherentes a la propia humanidad.

Llegaron en oleadas -algunos sostienen que fueron tres, pero otros documentan no menos de siete- que a lo largo de milenios fueron poblando este rincón del espacio, creando generaciones de colonizadores colonizados y vueltos a colonizar.

Apenas dejaban de sentirse parias de un espacio infinito que les mostraba sin cortapisas su insignificancia como especie. Arrasaban y aniquilaban sin piedad cualquier asentamiento previo, demostrándose a sí mismos su verdadera naturaleza.

Así sucedieron guerras hegemónicas que asolaban, recurrentemente, los exoplanetas, hasta que la última de ellas,determinó el dominio de las Siete Casas Mayores, que se distribuyeron los planetas del Sistema Bemejo.

A la Casa Hash le correspondió el planeta minero Randir N4, que gobernó, sin contratiempos, ni fisuras, desde hace casi cinco mil años, cuando aplastó a las colonias del anterior período de conquista. Desde entonces habían desarticulado numerosas rebeliones, cada vez con más violencia y menos tolerancia.

Los sucesivos Señores de la dinastía dejaron su propia impronta en los territorios bajo su dominio, pero manteniendo inalterado su legado, acuñado a lo largo de su interminable viaje a estos confines del Universo: “Nada antes y nada después”.

Efectivamente, después de tantos años de dominio parecía que los primeros Hash no dejaron nada de las antiguas colonias, “no quedó piedra sobre piedra”, decían. Parecía…

Y los últimos se llevarían consigo hasta el último fragmento del planeta, prometían y así parecía que ocurriría. Parecía…

Los primeros Hash habían descubierto la cantera en una de sus expediciones punitivas y se maravillaron con la extraña belleza de la caliza azul; reconocieron sus posibilidades de generar riqueza, construyeron caminos, infraestructura e iniciaron una incipiente minería basada en la abundante mano de obra esclava, provista por las tribus que habían sido derrotadas en las guerras de la conquista.

Sin embargo, se encontraron con una resistencia, extremadamente firme y hostil, que no esperaban, de un pueblo sometido. Pronto las expectativas de riqueza azul se tiñeron de rojo sangre, como la estrella que los iluminaba.

Así siguieron los años, con un lento progreso demasiado oneroso, en vidas de los vencedores. No fueron pocas las oportunidades en que todo parecía perdido para la poderosa Casa Hash. Hasta que llegó al más alto rango Rae-Hang, llamado el Impiadoso.

Con Rae en el poder, no tardó en constituirse un gobierno dictatorial y cruel, apoyado en un poderoso ejército, con poderes excesivos y leyes arbitrarias, que solo atendían a su uso particular. Instauró la Ley Marcial y estableció nuevas reglas, a las que debían atenerse propios y extraños.

Los nobles no saldrían del Palacio y seguirían estrictas normas de protocolo, cuya desobediencia solía terminar con la muerte.

Todas las ocupaciones de Ashar, la capital del Imperio, debían estar al servicio del comercio del Mármol Azul: actividades portuarias, hospedajes y fondas, para los comerciantes, artesanos, herreros, carpinteros y todo oficio necesario para la extracción de la preciosa piedra azul.

El ejército garantizaba la seguridad en la ciudad, cobraba impuestos y oficiaba contralor en las transacciones comerciales. Las ciudades satélites debían proveer las materias primas para la alimentación de la ciudad capital, el material necesario para los trabajos de la cantera y aportaban trabajadores libres cuando era necesario, además de los tributos anuales para el Señor Hash.

No era una sociedad justa, ciertamente, y por mucho menos habían caído civilizaciones  anteriores pero Rae Hang contaba con dos grandes aliados: el beneplácito de los grandes señores de las Casas Dominantes del espacio cercano, quienes se beneficiaban como nunca antes, gracias a la abundante disponibilidad del valioso material extraído y provisto por Rander y además, su poderoso ejército al mando del General Ergan, que parecía poder acabar con cualquier semilla de rebeldía antes que pudiera germinar. Parecía…

Faltaban poco más de tres meses lunares para que la Dinastía Hang celebrase el primer centenario del acceso al poder del Magnánimo Rae-Hang, con quien la Dinastía Hash había alcanzado su máximo esplendor y poder, desarticulando cualquier oposición entre los nobles, desbaratando todo descontento entre los ciudadanos, y aniquilando toda revuelta en la cantera, siempre con el mismo método y ejecutor: el terror y su General.

La totalidad de la nobleza Hash vivía en el Palacio Imperial, un impresionante castillo construido en mármol, la roca-símbolo de su poderío, que se alzaba en el centro de la urbe y la impregnaba de majestuosidad. Se les tenía prohibido abandonar los dominios imperiales sin escolta y supervisión y el contacto con los habitantes de la ciudad debía ser reducido al mínimo.

Ello no disgustaba a la mayor parte de los nobles, que lo consideraban un privilegio, ni tampoco a los ciudadanos, que no querían tener nada que ver con quienes los despreciaban y explotaban. Pero dentro de los muros también residían nobles descontentos, que esperaban y confabulaban del mismo modo, que en cada barrio de Ashar subyacían sueños, de quienes anhelaban formar parte de esa casta que los sojuzgaba.

Su Divina Gracias Rae-Hang no podía ser visto por el vulgo, ni sus consortes e hijos: su linaje divino no debía ser mancillado por la mirada de simples mortales y por ello, por medio de una dispensa especial, cedió al General Ergan, el manejo de la cosa pública y sus avatares.

Un dios debía tener otros menesteres menos prosaicos que atender. Sus concubinas y sus hijos tampoco eran parte de sus preocupaciones cotidianas. Mientras a las primeras solo las convocaba por urgencias de la carne, a su prole rara vez les prestaba atención y parecía tenerles una profunda aversión.

Las ocupaciones de Rae-Hang se mantenían bajo un absoluto hermetismo y las llevaba a cabo en una de las alas de la portentosa edificación a la que solo él tenía acceso. Rae pasaba la mayor parte de su tiempo, a veces no aparecía por una semana entera y cuando lo hacía, parecía más muerto que vivo, con la mirada ausente, demacrado y ojeroso, con las ropas sucias y un hedor que lo acompañaba por horas.

Todos en el palacio atribuían tales desapariciones a rituales de magia negra que explicaría su apariencia de eterna juventud. Y es que efectivamente, mientras las generaciones de nobles sufrían el inevitable paso del tiempo, su Divina Gracia se mantenía exactamente igual que cuando accedió al trono, hace ya casi un siglo. Conjeturas que nunca se atrevían a expresarlas, ni en público ni en privado, como tantas otras…

Lo cierto es que los últimos 100 años habían sido los más prósperos de Ashar, gracias al orden impuesto por el ejército del General Ergan, siguiendo los deseos y la voluntad de Rae-Huang.

Cada cierto tiempo, en las casi vacías callejas de la ciudad y al abrigo de la oscuridad, circulaba algún rumor sobre la muerte del Señor de la casa Hash, se decía que no había dejado descendencia y que el General era quien, en realidad, gobernaba el exoplaneta, atribuyéndose prerrogativas que no le pertenecían.

Pero, indefectiblemente, los chismes llegaban a oídos equivocados y a la mañana siguiente, la ciudad amanecía más silenciosa que nunca.

 La estrella de la Dinastía parecía que nunca se opacaría y las castas nobles acomodaticios y serviles parecían destinadas a perpetuarse junto con ella; no se divisaban para un pueblo oprimido durante milenios ni surgían vientos de cambios en una sociedad tan ordenada como injusta, tan exitosa como desalmada.

Sin embargo, los vientos suelen cambiar de dirección y las estrellas se dirigen, indefectiblemente, a la oscuridad.

Nota:

En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. A continuación te invitamos a releer o comenzar este viaje en el orden cronológico.

Capítulos:

  1. “El mago y la pitonisa”
  2. “La ciudad azul” 
  3. “El charlatán, el mago y la pitonisa”

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