«Rufus y el secreto de la piedra azul»
La Ciudad Azul
Randir N4 es uno de los setenta y tres planetas que giran alrededor de la magnífica Gigante Roja, que permite la vida en la mayor parte de ellos y de sus satélites.
Colonizados a lo largo de milenios por una humanidad que erraba vagabunda, desde épocas anteriores al Inicio de Todo, acompañaron la madurez de su estrella evolucionando, pendular e independientemente, cada uno ellos, con sus culturas, idiosincrasias y religiones, inherentes a los devenires propios de su historia, entretejida por sus únicos y particulares destinos.
Sin embargo, este racimo de seres humanos, desperdigados en esta región relativamente vacía del espacio, y que enfrentaban el desafío diario de la supervivencia en mundos relativamente cercanos, compartían una cosmovisión colectiva, desarrollada a partir de un origen común, que les permitía sentirse acompañados en medio de tanta soledad cósmica.
Estos lazos esenciales los mantenían unidos, a veces a través del pragmatismo impuesto por el comercio interplanetario, sinónimo de subsistencia y progreso, como a través de las frecuentes guerras que asolaban y diezmaban planetas completos, reiniciando periódicamente las cronologías locales.
Randir tenía una ubicación estelar poco privilegiada, casi en el extremo más alejado de su estrella y solo disponía de una delgada faja ecuatorial, de poco más de 1000 km de ancho, en la que se desarrollaba una vida autóctona simple pero vigorosa, de un verde tímido, en el que proliferaba una flora nativa, apenas musgos y líquenes, adheridas a superficies rocosas pulidas, junto a arbustos y matorrales, que uniformizaban el paisaje anodino y agreste originario; como parches extraños en esa geografía, se alzaban enormes plantaciones de frutales y bosques exóticos, que los advenedizos utilizaban para su provecho.
Los escasos géneros de raros marsupiales y roedores autóctonos, tuvieron que adaptarse a la llegada de una fauna exótica, evolucionando, durante milenios, a la par de ella.
Esta Franja Habitable estaba delimitada por enormes extensiones de tierras áridas y yermas, donde el calor extremo de los días, sólo era equiparable con las gélidas temperaturas nocturnas y en las que solo se internaban locos, fugitivos y desterrados, que encontraban refugio en pobres escasos vergeles, diseminados en ese desierto inerte.
Ashar era el asentamiento humano más próspero de la Franja Habitada de Randir N4 y su fama se había extendido hacia cada confín del exoplaneta, como en cada mundo que orbitaba al Sol Bermejo.
Sin dudas la Ciudad Azul, como se la conocía con no poco resentimiento y envidia en las aldeas vecinas, había alcanzado su máximo apogeo desde las Guerras de la Liberación y amenazaba con competir, en un futuro cercano, con las principales economías del Conjunto Planetario Cercano.
Sin dudas, tal esplendor, fue en parte posible, por la férrea determinación con que la dinastía Hash imponía su hegemonía y por el uso ciego e irracional con que su ejército, comandado por el implacable General Ergan, ejercía su autoridad.
Pero la riqueza, sin la cual no hubiera existido tal florecimiento y sin la que Ashar solo sería uno más de los ignotos poblados del planeta minero, provenía de la famosa cantera de Mármol Azul, que se emplazaba al este de la ciudad, en los terrenos levemente ondulados que se interponían entre ésta y el límite abrupto definido por la Cordillera Oriental.
La ciudad había crecido constantemente a medida que el pozo de la cantera se iba profundizando; el intercambio comercial con las otras ciudades intra y extra planetarias era siempre favorable, y los beneficios para los ciudadanos estaban en constante mejora. Los artesanos recibían encargos desde cada rincón de la galaxia, los hoteles y tabernas trabajaban colmados durante todo el año y no había emprendedor que no concretara sus sueños.
El puerto estaba en constante expansión y las iglesias de todos los credos, rebosaban de fieles agradecidos. Los artistas disfrutaban de generosos mecenas y las prostitutas vivían como grandes damas.
Al oeste de la ciudad se desplegaba el Mar de Herzig, por medio del cual la ciudad despachaba su piedra y recibía metaloides que acrecentaban su riqueza. Desde la cordillera hasta el mar, el General Ergan y su ejército eran la ley, la dinastía Hash había delegado el absoluto poder de policía en él y su sola mención, era suficiente para acallar murmullos de los más osados.
El mármol que allí se explotaba era único en el universo conocido; era de un blanco extremo, que irradiaba una luminosidad sobrenatural que le permitía brillar tenuemente, aún en la más absoluta oscuridad; pero lo que lo hacía una piedra valiosa para todos y sagrada para muchos, eran las flamas azuladas que parecían fluir en su interior y de donde provenía su denominación.
Unas llamaradas que danzaban armoniosa y constantemente, alternando un movimiento que pasaba de un frenesí de cobalto intenso a una casi letanía de celeste cerúleo.
No importaba si el mármol daba forma a grandes construcciones: estatuas de dioses que habitaban constelaciones, imponentes pórticos o murallas impenetrables o si pequeños fragmentos de la piedra eran tallados y reconvertidos en piezas de fina joyería.
El fulgor azul, con su halo de misterio, maravillaba y abstraía pero también empoderaba a la avaricia, la más arraigada en las miserias humanas.
Tal era la geografía donde se habrían de desarrollar acontecimientos más allá de la comprensión humana y que serían recordados aún después que los soles rojos se apaguen. En uno de los millones de planetas errantes, en una ciudad ignota y en una civilización como tantas, habría de escribirse una historia que marcaría a fuego el legado de una raza.
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Nota del autor:
En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. Y con «El mago y la pitonisa« iniciamos una saga de diez capítulos, “Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.