RUFUS Cap. 4: «Lo anterior»

Por José Pablo López

Desde mucho antes que las lunas aparecieran en el firmamento y los soles viajaran por el vacío infinito, los Dioses bendijeron este terruño al que llamas tu planeta; lo proveyeron de todo lo que vive y lo que no: durante siglos le dedicaron cuidado y esfuerzo a su más amada Creación.

Luego decidieron darle a los humanos el mayor rango en el Orden de Preminencia y arrancando un pedazo de su propio cielo, les dotaron de conciencia, inteligencia y Libre Albedrío, así dejaron que los nuevos amos construyeran su propia historia.

Una historia larga y oscura se fue escribiendo desde entonces por los Primeros Hombres, historia profusa en contradicciones en la que alternaron eras heroicas con otras, ominosas, largos siglos de paz y prósperos avances se invirtieron en extensos períodos de guerra y sufrimiento: se tejieron historias pletóricas de proezas para luego perderse tras mantos de ignominia y vergüenza.

Sin embargo, cierto equilibrio pudo mantenerse frágilmente gracias a intervenciones esporádicas pero imprescindibles de los Dioses Creadores, ora enviando mensajeros como prenda de concordia, ora con ángeles vengadores que segaron miles de vidas descarriadas.

Miles de años transcurrieron y nada parecía romper con la monotonía con que se repetía, una y otra vez, el ciclo de las civilizaciones que progresaban no sólo en éste, tu planeta -dijo enfatizando el «tu» – sino en las demás perlas habitadas del Universo.

– ¿Cómo?

Se interesó Rufus, dejando por un instante de masticar.

– ¿Hay vida en otros planetas? Tu relato se pone cada vez más interesante.

Atizó Rufus, entrecomillando a su vez el “tu”. YanKar ignoró la chuza y apenas aclaró:

– “Más de la que imaginas»

Rufus se limitó a beber un largo trago de vino especiado mientras se decía para sí mismo:

– «En tus sueños, anciano, tu nuevo amanecer me encontrará lejos de este bosque extraño y tus historias extravagantes»

“Pero entonces sucedió lo inesperado, lo imposible: una nueva generación de deidades, los Nuevos Dioses, fijaron su vista recelosa en este pequeño pedazo de roca que no habían creado ellos y que, pese a sus vaivenes habían logrado un progreso insoslayable, muy superior a otros, inclusive más antiguos.

Descendieron en la Noche Infame y proveyeron a mis Meriovintos, un grupo de los habitantes primigenios, de un poder inusitado y desconocido: la Magia.

Esta raza díscola y agresiva había sido sometida, con grandes esfuerzos y gran derramamiento de sangre por los demás pobladores del planeta, más aplicados a la solidaridad y la cooperación durante milenios; pero ahora contaban con un arma perfecta para liberar su resentimiento y su ira contenida.

Con la magia de los Nuevos Dioses iniciaron una vasta campaña de dominio y destrucción, liderados por el rey Melquíades, el más desleal y brutal de los hombres, que pronto adquirió tal habilidad en el manejo del obsequio de los dioses que no tardó en ser él también inmortal.

Y con ello, se volvió contra sus creadores y trazó su propio camino de poder, excesos e impiedad.

Sólo la rápida acción de los Antiguos Dioses impidió una victoria rápida y total de los rebeldes: crearon su propio ejército de dioses-humanos, trasvasando sangre inmortal en hombres justos, cuyos nombres están escritos desde el inicio de los tiempos en el «Libro del Destino».

A los semidioses no les fue dado el secreto de la inmortalidad, pero fueron poderosos y previsores.

Se opusieron fieramente a Melquíades y su ejército durante decenas de miles de años, reclutando a hombres valientes, de gran corazón y alma noble en sitios esotéricos, como el bosque de RuiDan, ocultos para el común de los hombres. Ocultos para muchos, más no para ti, Rufus”.

Concluyó Yan Kar.

–Muy bonita historia, anciano, pero debes haberte equivocado.

Se apresuró a responder su interlocutor.

– Yo sólo tengo una misión, que ya conoces y no tengo ninguna de las virtudes que acabas de mencionar.

Apenas soy un hombre amargado, con deseos de venganza y mi única ansia es volver a yacer con mi esposa antes de hundirme, arrastrado por mis pecados en las oscuras y fétidas profundidades del Naraka, el infierno de los infelices.

– No es lo que advertí, desde que ingresaste al bosque, mi joven amigo, ni tampoco lo que dicen las acciones que te trajeron hasta aquí-

y el viejo enumeró en una larga retahíla, una serie de pequeños grandes gestos que Rufus había tenido con sus compañeros de desgracias a lo largo de sus años de cautiverio.

Rufus recordó y calló. “Y cuando llegaste al límite del bosque, fuiste valiente al desoír advertencias infundidas y no te dejaste amedrentar por lo desconocido, que se interponía en tu camino; tampoco dudaste en atravesar el Río Aditi, que divide dos universos, no una sino tres veces: los dioses admiraron atónitos tu destreza y determinación para doblegar al caudaloso y traicionero «Devenir».

Tu gran corazón te impidió dejar sufriendo al lobo con su pata atorada –y subiendo la manga de su túnica le mostró una cicatriz en la mano izquierda– fui testigo en primera persona, dijo sonriendo al ver la cara de incredulidad de Rufus, que tosió sonoramente mientras abría los ojos y enarcaba las cejas.

En cuanto a tu alma noble fue evidente cuando te descubriste la cabeza frente al altar, en señal de respeto; aun desconociendo su real significado y su valor, tu esencia más profunda comprendió la naturaleza divina de los símbolos que se desplegaron frente a ti.

Además, tu nombre y tu historia pasada, presente y futura está escrita en el Libro del Destino” –finalizó casi como un remate definitivo.

Rufus lo miró pensativo, cada hecho relatado por el anciano cerraba perfectamente y cada portento que había presenciado se ajustaba a la historia que acababa de escuchar.

Sin embargo, aún mantenía su recelo: años de esclavitud habían forjado un espíritu desconfiado y se resistía a creer, a pie juntillas, cada palabra del viejo, aunque las coincidencias eran demasiadas.

– Pero a nada estarás obligado, Rufus –prosiguió YanKar– aunque debo advertirte que sin la formación como mago que recibirás bajo mi tutela jamás podrás cumplir tus objetivos.

Tu esposa está cautiva por uno de los jefes de los clanes de los Meriovintos, como ya sabes; el protegido de Melquíades, además. Aún te dista recorrer medio mundo y sólo te mueven sentimientos equivocados, aunque caminas en la dirección correcta.

Rufus escuchaba en silencio, cada vez más más abrumado y confundido, aunque a la vez sentía que un velo se corría dejando pasar una luz de esperanza, porque lo que las palabras de YanKar expresaban era exactamente el pesar que lo angustiaba por las noches y le impedía conciliar el sueño.

– Quédate conmigo, concédeme diez años de tu vida para que te forme como integrante de la «Cofradía de los Magos» y permítenos contar contigo para asegurar definitivamente la paz en los Universos regidos por los Dioses Antiguos.

No te prometo que luego, finalmente, consigas tu meta y te reúnas con tu esposa: no puedo revelarte tu destino pero sí afirmo sobre este altar que te convertirás en el azote de los malvados y tu nombre perdurará mucho más allá de los horizontes del devenir: tu vida habrá valido la pena ser vivida y el amor que te mueve será cantado por juglares en cortes y entre villanos, mucho después que se pague la luz del sol que nos ilumina.

Rufus se puso de pie al mismo tiempo que la noche se disolvía con la misma premura que había aparecido y cuando el sol brilló a pleno en lo alto del cielo simplemente se inclinó con respeto:

–¡Comencemos, Swami!
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