RUFUS Cap. 3: «El bosque de RuiDan»

Por José Pablo López

Llegó la mañana en la posada del Fin del Mundo y otro día, generoso de promesas y bendiciones entra por la ventana, pero para Rufus es sólo un día más en el que se lanzará por caminos polvorientos, devorando afanosamente leguas y dejando atrás poblados tristes y desesperanzados.

Persisten en su cabeza, aún soñolienta, rémoras dulces, que lo acompañaron mientras las horas oscuras transcurrían allá afuera de su habitación y de su vida, aún persisten entre aquellas sábanas ajenas la tibieza de una piel que aún siente tan propia como la suya propia.

Pero también tiene la certeza, como cada mañana, de que será un día diferente; cree sentir, en cada pulgada de su piel, que cuando haya transcurrido la jornada estará tan cerca de su amada que ya no necesitará imaginarla, que le bastará con estirar su brazo, para acariciarla.

Y eso es suficiente.

Se levantó del camastro, testigo mudo de sus secretos y tomó, ritualmente, entre sus manos la medalla que lo acompañaba desde que Naleeh había sido arrancada de su lado y sobre la cual había jurado amor y pertenencia hasta el último aliento; se vistió y calzó con parsimonia mientras terminaba de despabilarse, se ajustó la espada a la cintura y escondió su cuchillo en su bota haciendo un automático malabar.

Bajó a desayunar un café tibio y un pedazo de pan caliente y se marchó sin siquiera dirigir su mirada a la posadera ni a los escasos parroquianos que pretendieron ignorarlo también.

Comenzó a andar, rumbo al bosque que se levantaba espeso y umbrío al norte del pueblo, pero a poco de entrar en él, una voz suave y vibrante lo llamó por su nombre a sus espaldas.

¡No sigas, Rufus! Estás ingresando en terrenos sagrados. Ningún mortal puede mancillar su suelo sin pagar un tributo.

Rufus se volvió azorado, sorprendido al escuchar su nombre en esas tierras extrañas. Llevó su mano hacia su espada, aunque no estaba seguro de ser capaz de usarla. No vio a nadie y su corazón se precipitó en una carrera desacompasada.

¡Estás advertido! -se escuchó ahora, al frente del camino.

Rufus volteó su cabeza bruscamente y tampoco encontró a nadie. El silencio opresivo que siguió a continuación, lejos de calmarlo apenas le infundió más resignación que coraje y siguió su camino adentrándose en el camino, ignorando la extraña advertencia.

No lo sabría hasta mucho más tarde, pero en ese momento estaba siendo observado por YanKar, a quien conocería pronto y su decisión de continuar marcaría el inicio de un destino que cambiaría su vida.

Un poco más adelante, un ancho y caudaloso río, que parecía desproporcionado para el tamaño del bosque, cortaba el camino de Rufus, quien luego de meditar unos momentos y al comprobar que no tenía más remedio que atravesarlo, avanzó cautelosamente, recordando las advertencias con que había sido recibido en ese misterioso lugar.

Tuvo que emplear todas sus fuerzas para vencer la corriente fría y violenta que por momentos se arremolinaba, como si recién se despertara y advertía la presencia del intruso; el fondo irregular y traicionero, le hacía zancadillas y se vio obligado a tragar ingentes cantidades de agua turbia y amarga.

La otra orilla lo recibió indiferente y apenas pisó tierra seca se desplomó agitado y extremadamente agotado. Sin embargo, no había alcanzado a apoyar la espalda en el suelo, cuando percibió un aullido lastimero del otro lado del río, primero fue sólo un quejido de dolor que podría haber ignorado y esperar a recuperar sus menguadas energías, pero de a poco fue transformándose en un verdadero llanto de dolor: era evidente que un animal sufría en la orilla que acababa de abandonar y era también evidente que no podría ignorarlo.

Se incorporó a duras penas y divisó a un enorme lobo gris con una pata atorada entre unas rocas, seguramente accidentado al acercarse a abrevar del río. Le llamó la atención que el hermoso animal se encontraba en el mismo lugar en el que él había empezado el cruce del río. Sin embargo, no caviló demasiado en ello y, con más compasión que fuerzas, regresó al río, con los aullidos de fondo.

Absolutamente exhausto se acercó directamente al lobo herido el que, como comprendiendo sus intenciones, cambió el tono de sus gritos a una queja casi inaudible pero manifiestamente dolorosa.

Rufus tomó una de las piedras que sujetaban la extremidad y la quitó con cuidado; el lobo, al sentir que disminuía la presión, intentó liberarse pero aún no pudo hacerlo y un aullido aún más desgarrador cortó el aire; recién cuando Rufus quitó una segunda roca, que con un filo agudo penetraba la pata izquierda y lo mantenía prisionero, el lobo se vio libre y huyó rengueando pero velozmente.

Su liberador no esperaba agradecimiento, sólo poder descansar brevemente para intentar el segundo (tercer) cruce del río antes que la noche lo atrapara en la espesura.

Ya el río y el lobo habían quedado atrás, Rufus seguía caminando a paso firme y a medida que avanzaba, la espesura verde se iba cerrando tras él, la senda que acababa de pisar desaparecía a su paso, como si nunca hubiera estado ahí.

Rufus no se percató de ello hasta que llegó a un claro amplio, irregular e inhóspito que parecía haber sido arrancado de otro paisaje y lanzado con furia contra la floresta, que en ese lugar callaba todo signo de vida y hasta desapareció el aroma tan peculiar  que había embargado a Rufus apenas traspuso la frontera del bosque, transportándolo a lugares tan lejanos en la distancia como en el tiempo, llevándolo a recuerdos de una época en la que había sido definitivamente feliz y estaba impregnada de su Naleeh.

Ingresó, temeroso, pero a paso firme en ese espacio singular y en el centro se encontró con un altar de piedra tallada con caracteres extraños que desprendían una llamativa luminosidad suave y nítida.

Y aunque permaneció perplejo un par de minutos, de pronto se quitó su sombrero en señal de respeto, sin pensarlo realmente, como si alguna fuerza ajena a su voluntad lo impulsara; se dispuso a seguir su camino cuando volvió a escuchar aquella vocecita que había escuchado poco antes.

¡Bienvenido Rufus! -dijo amablemente esta vez.

Y ahora sí, lo vio. Era un anciano encorvado y calvo vestido con harapos que parecía mantenerse de pie gracias a un cayado que sostenía en la mano izquierda.

Con la otra mano, que alzaba en dirección a Rufus, hizo una seña extraña y las runas del altar cambiaron sus formas al tiempo que la noche caía abruptamente en pleno cenit mientras una esplendorosa luna llena se dibujó en el firmamento y millones de pequeñas luciérnagas iniciaron al unísono una danza de luces con la espesura como escenario, acompañadas por un concierto de sonidos y murmullos, dulces y sutiles, que acallaron todo resto de temor y resistencia que pudiera albergar el asombrado caminante.

Mi nombre es YanKar -dijo con naturalidad – y te doy la bienvenida al Bosque Encantado de Ruidhan, la puerta de acceso a los mágicos dominios de los Dioses, al Universo de la Magia Única y Verdadera. Soy el guardián de estas tierras y todo lo que sucede en ellas acaecen por mi deseo.

¿Qué es todo esto? ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Cómo es posible que el día se hiciera noche? ¿Qué tipo de magia has usado contra mí? -lanzó Rufus una metralla de preguntas como si las hubiera tenido atoradas en la garganta.

Soy sólo un pobre caminante que marcha sin más intención que llegar a mi destino.

Sé quién eres porque te estaba esperando -respondió calmadamente el viejo. Sé de ti y tu sufrimiento, de tu esposa y tu promesa, de tus años de esclavitud, del resentimiento que horada tu alma y la esperanza que, sin embargo, aún anida en tu corazón.

No entiendo nada, anciano y te pido que por favor, me liberes de tu magia y me dejes marchar. No sé cómo sabes tanto de mi vida y más que yo de mi corazón y mi alma. Pero sé que no puedo perder tiempo con historias de dioses y de hadas. Por favor, no me obligues a quebrar mi promesa…

¿Tu promesa de no blandir la espada nunca más sino para liberar a tu esposa? Te aseguro que no lo harás porque en el mundo de la magia las armas son inútiles pero lo más importante es que albergas en tu interior a un hombre incapaz de dañar y de herir a nadie sin motivos. Y mis motivos, como comprenderás antes del nuevo amanecer, serán beneficiosas para ti, para tu esposa y el propio Universo.

Anciano, ¿Cómo sabes todo eso? -preguntó Rufus, que sentía en la voz de YanKar una cadencia que lo calmaba y minaba su natural reticencia.

El anciano hizo un movimiento con su mano y de pronto se hallaban sentados frente al altar que ahora se había dispuesto como una mesa en la que se habían dispuesto un banquete.

El anfitrión invitó a servirse a Rufus y dio el primer bocado y el primer sorbo, para evitar que su invitado desconfiara y unos momentos después, mientras Rufus atacaba el banquete con hambre real y atrasada, YanKar se dispuso a darle sentido a sus palabras.

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