Por José Pablo López
1. Los Manuscritos
Lo que sigue es la historia de un héroe, cuyo nombre sobrevivió al impiadoso paso de los tiempos y aún se menciona, entre murmullos esperanzados, con la vista en el firmamento y los puños cerrados con fuerza, como quien atesora una medalla o lo que queda de esperanza.
Lo que sigue fue rescatado de los manuscritos que sobrevivieron al fuego, al odio y a los designios de dioses extraviados entre los muros de las ruinas de Anvahar:
Una vez más, Rufus abrió los ojos desafiando al poder de dioses y contraviniendo las creencias de los humanos. Una vez más se encontraba en las ruinas del antiguo torreón entre Rocamora y Anvahar, donde hacía milenios había comenzado todo. La noche cayó sobre el valle cubriéndolo todo, disolviendo contornos y realidades; el paisaje se extinguió en un negro azabache, pesado, absoluto; y una paz antigua y prohibida fue adueñándose, imperceptiblemente del tímido ulular del viento; hasta la mortecina luz de la luna cedió al sortilegio del mago.
La cotidiana fisonomía diurna de profundos barrancos, espesos bosques de álamos y de meandros azarosos, transmutaron, por arbitrio de aquellas runas esculpidas hace siglos y que el hombre recitaba, exaltado, con los ojos cerrados y los brazos extendidos. Negro sobre negro, una sombra más, fundida en un mar de sombras inertes, Rufus reiniciaba el ciclo de renacimientos pronunciando, en el olvidado idioma de los dioses, el salmo que no debía pronunciarse jamás.
Un silencio agobiante y húmedo cubrió, como una pesada manta, cada confín del Universo y no hubo criatura, real o imaginaria, que haya escapado al conjuro. Por un instante (tal vez segundos, tal vez siglos) toda la energía vital confluyó en ese preciso punto, con un propósito singular y por única vez en el derrotero del Destino. Y aunque las leyes del tiempo están más allá de los designios de cualquier deidad regente, está escrito que llegará un hombre que impugnará las verdades sagradas y se lanzará sin temor al vacío absoluto del desamparo para iniciar un Nuevo Tiempo.
El amanecer se aproxima, lento, temeroso y definitivamente incierto. Y con él, Rufus iniciará la marcha llevando a cuestas el peso infame de la historia de los Pueblos Libres, una historia de la que se avergonzaban. El mago les ofrecería la oportunidad de crear nuevas memorias y quizás esta vez podrían encauzar un destino propicio y enmendarse ante dioses desilusionados y ante sus propias conciencias.
Tal era su mandato.
Finalmente abrió los ojos, aún de noche, pero una brisa de aire fresco y una tenue luminosidad, que se asomaba allende el bosque, le señalaba claramente que el Universo recobraba su vitalidad. No tenía tiempo que perder y cuando finalmente clareó el alba, el mago ya estaba en camino de forjar su destino y reescribir el de tantos otros.
Cuando Rufus se marchó, en las ruinas que se alzan a mitad de camino entre Rocamora y Anvahar dejó escrito en la Piedra lo que con el correr de los siglos se transformaría en promesa y advertencia:
Soy Rufus, que en otro tiempo fue temido por los propios dioses; Rufus, el Errante, el Conquistador, el Forjador de Almas. Soy Rufus, el de las leyendas, el de las trovas; el que desafió a Destino y derrotó al mismísimo Olvido, Soy Rufus, dueño de sus propios sueños y alguna vez Señor de los Siete Mundos. Soy Rufus, conocedor de los oscuros secretos de la Magia y cancerbero de sus propias esperanzas, Soy Rufus, o al menos lo era… Ahora, en realidad soy sólo un prisionero y todo mi mundo se condensa en esta oscuridad que me oprime y me ahoga.
Y desde esta oscuridad ensordecedora, que nunca será tan intensa como la que habita mi alma, agoto mis últimos días muriendo un poco más con cada hora que, adivino, siguen corriendo despreocupadas. Inicio hoy, mi reina, el definitivo camino para volver a tí. Sé que no me has olvidado, pues aún sigo respirando y abro los ojos cada día con la certeza absoluta que será éste, y no otro, el día en que los conjuros se desvanecerán como malos sueños al llegar el alba. Y al final de la jornada, me entregaré manso al insomnio, con la pertinaz certeza, de quién sabe que a esa misma hora, aunque en otra cama, estarás recibiendo mis besos que, saltando de estrella en estrella, irán desde la mía a tu almohada.