Por Tatiana Denning
A veces las palabras amables pueden convertir algo malo en algo bueno, como descubrió un maestro escultor una noche de luna hace mucho tiempo.
En la antigüedad, vivía un conocido maestro escultor en un remoto pueblo de montaña. Debido a sus excelentes habilidades de tallado, un templo de un pueblo cercano le invitó a esculpir una estatua de Bodhisattva.
Por desgracia, la ruta hacia el templo estaba llena de peligros. Pasar por ahí significaba que tendría que atravesar una zona montañosa que se sabía embrujada. Cualquier persona que pasara por la zona de noche sería asesinado por un malvado fantasma femenino.
La familia y los amigos del escultor le instaron a no ir, o al menos a esperar hasta el amanecer para partir, no fuera a ser que le ocurriera una desgracia.
Pero el escultor no quería faltar a la hora acordada, así que agradeció a los aldeanos su preocupación y se puso en camino hacia el templo.
La oscuridad no tardó en llegar, pero su camino estaba iluminado por el parpadeo de las estrellas y la luna en el cielo nocturno. Al continuar y doblar una curva del camino, el escultor divisó de pronto la vaga imagen de una mujer sentada a la orilla del camino. Llevaba unas sandalias de paja desgastadas y parecía agotada y angustiada.
Al acercarse, el escultor le preguntó:
– «¿Estás bien? ¿Puedo ayudarle en algo?».
La mujer respondió:
– «Quiero visitar el pueblo vecino, pero estoy demasiado cansada para seguir».
Como era una persona de buen corazón, el escultor dejó de lado sus propias preocupaciones y se ofreció a llevar a la mujer a cuestas hasta la siguiente aldea.
Al cabo de un rato, la espalda del escultor empezó a sudar y le empezaron a doler los pies. Cuando se detuvo a descansar, la mujer le preguntó:
-«¿No tienes miedo del legendario fantasma femenino?. ¿No quieres apresurarte en tu viaje en lugar de dedicar tiempo a ayudarme?».
-«Ciertamente, quiero apresurarme», respondió el maestro escultor, «pero si te dejara sola en esta zona montañosa y te encontraras con un peligro, ¿qué harías?. Al menos así podremos cuidarnos y ayudarnos mutuamente».
Mientras descansaba bajo la brillante luz de la luna, el escultor se fijó en un gran bloque de madera que tenía a su lado. Sin pensarlo mucho, sacó su cincel y sus herramientas y, mirando a la mujer, comenzó a tallar una figura suya paso a paso.
Sorprendida, la mujer preguntó:
– «Maestro, ¿qué está tallando?»
Palabras amables cambian la naturaleza del fantasma
-«Estoy haciendo una hermosa figura de Bodhisattva«, respondió agradablemente. «Siento que tu rostro es muy amable, como el de un Bodhisattva, así que estoy esculpiendo una estatua de Bodhisattva utilizando tu apariencia».
Al oír estas amables palabras, la mujer rompió a llorar.
«¡Pero si soy el legendario y malvado fantasma femenino!», sollozó.
Entre lágrimas, la mujer explicó cómo, hace muchos años, se encontró con una banda de ladrones cuando cruzaba las montañas con su hija. Los ladrones sometieron a la mujer, la violaron y mataron a su pequeña.
Estaba tan angustiada que a partir de ese momento la mujer se arrojó al valle y se convirtió en el fantasma maligno que acababa con la vida de los transeúntes por la noche.
La mujer no esperaba escuchar a nadie decir que tenía un aspecto muy amable, como el de un Bodhisattva. Las amables palabras del escultor conmovieron profundamente a la mujer.
Entonces, en ese instante, la mujer se convirtió en un rayo de luz y desapareció en el valle iluminado por la luna.
Cuando el escultor llegó a la aldea vecina al día siguiente, la gente se sorprendió al saber que había atravesado las montañas a medianoche y que había regresado para contarlo.
Desde entonces, ningún viajero nocturno volvió a cruzarse con ningún peligro y el fantasma desapareció para siempre.