Cómo un médico de una moribunda ciudad del carbón está ayudando a reformar su comunidad (Parte 1)

Por Tatiana Denning

Un pueblo productor de carbón moribundo y famoso por una feroz disputa familiar, se reconstruyó a través de una combinación inspiradora de cooperación e ingenio.

Enclavada entre las colinas de los Apalaches, en el corazón de la región del carbón, se encuentra la pequeña ciudad de Williamson, en Virginia Occidental.

Separada de su homóloga, South Williamson (Kentucky), por el río Tug Fork, Williamson es probablemente más conocida por una infame disputa: la de los Hatfields y los McCoys.

A pesar de que esta zona fue primeramente conocida por una disputa, la gente de Williamson es todo menos conflictiva. Es una comunidad tan unida que un médico con mucha visión se propuso regresar a casa al terminar su formación médica.

El idílico pasado de la ciudad del carbón

El Dr. C. Donovan «Dino» Beckett creció en Williamson en una época en la que la gente aún recordaba su plenitud.

Beckett dijo:

«Cuando yo era joven seguía siendo un buen lugar para crecer y no era lo que es hoy en día»

Beckett recuerda que la explotación maderera fue lo primero que atrajo a la gente durante la época de Hatfield y McCoy. A esto le siguió el carbón y todos los negocios que surgieron de él.

Coalfield Jews es un libro excelente que Beckett recomienda. En él se detalla la fuerte representación europea en estas primeras comunidades carboneras. La economía se vio reforzada por la Norfolk and Southern Rail Company, donde trabajaba el padre de Beckett.

Beckett creció escuchando a sus padres contar historias de lo fantástico que había sido Williamson. Desde los años 20 hasta los 50, Williamson fue la meca cultural del sur de Virginia Occidental.

Beckett  cuenta lo siguiente:

«Sólo en la Segunda Avenida había 40 negocios judíos, una locura. Había modistas, un teatro de ópera, una sinagoga.

Había una vibrante mezcla étnica: polacos, italianos, sirios, libaneses y afroamericanos. Así que cuando la gente habla de que el sur de Virginia Occidental es un monolito, es una representación totalmente errónea, sobre todo en el caso de Williamson».

El río Tug en Williamson, Virginia Occidental. (Imagen: vía Wikipedia)

Volviendo a casa

Beckett quedó asombrado por los médicos locales mientras pasaba una temporada como estudiante de la Universidad de Virginia Occidental en una comunidad rural chilena. Sin las comodidades de la medicina moderna, habían desarrollado una excelente capacidad de diagnóstico y estaban muy implicados en su pequeña comunidad de Tiltil.

Beckett regresó a casa inspirado y decidió solicitar el ingreso en la facultad de medicina.

Tras completar su formación en la Escuela de Medicina Osteopática de Virginia Occidental, en Lewisburg, y una residencia de medicina familiar en Charleston, Virginia Occidental, Beckett aceptó un trabajo en South Williamson, Kentucky. Pero pronto decidió que echaba de menos Virginia Occidental.

«Aunque estaba a tres kilómetros al otro lado del río, quería volver a casa y hacer más de lo mío»

Después de ocupar un puesto en el Williamson Memorial Hospital de Virginia Occidental, decidió abrir una clínica de atención médica y consejería en 2006. Un concepto novedoso en aquel momento, que ofrecía atención a los empleados de las empresas de carbón y gas, gracias a su enfoque no sólo en la gestión de enfermedades, sino en la prevención fue que creció.

En 2004, el Dr. Beckett comenzó a invertir en inmuebles locales.

Dijo:

«Compré este edificio de unos 1,800 metros cuadrados y planeé utilizar unos 460 metros cuadrados para mi clínica. Entonces hablé con un amigo sobre lo genial que sería tener una cafetería en Williamson.

Al día siguiente, me dijo: ‘Oye, hay una pareja en Carolina del Sur que va a vender todo su material de cafetería’. Así que compré todo este increíble material que tenían, incluyendo una barra de espresso italiana hecha a la medida, hermosos accesorios, mesas, sillas… todo».

Así nació Coal Cafe, al que más tarde se añadió una librería dentro de la cafetería.

«Para mejorar el estatus socioeconómico de la zona, teníamos que crear empresarios», dijo Beckett. (Imagen: vía Radiant Life Magazine)

Fortaleciendo la comunidad

Pero Beckett no se detuvo ahí. Decidió que quería comprar edificios antiguos, rehabilitarlos y utilizar el piso de arriba como vivienda y el de abajo como espacio comercial.

Afirma:

«Williamson es una ciudad muy bonita, con una arquitectura y unas infraestructuras magníficas, y yo quería ayudar a recuperarla. Así que presioné para entrar en la autoridad de reurbanización de Williamson y empecé a mejorar la estética de la ciudad.

Entonces empecé a pensar: ‘¿Qué podemos hacer para ayudar a mejorar la salud de la comunidad mientras hacemos este tipo de cosas de desarrollo económico?»

Beckett se dio cuenta de que no bastaba con decir a sus pacientes que comieran bien y hicieran ejercicio. Necesitaban un plan estructurado, acceso a alimentos asequibles y saludables, y un sistema de apoyo sólido. Fue entonces cuando nació la idea de un mercado de agricultores.

«Probablemente una de las cosas más geniales que hicimos fue involucrar a dos estudiantes del colegio comunitario local que formaban parte de la Academia Comunitaria de los Apalaches para el Desarrollo del Liderazgo.

No teníamos dinero para investigar cómo desarrollar un mercado de agricultores, así que encargamos a las estudiantes esta tarea como parte de su aprendizaje. Y estas chicas lo hicieron de maravilla».

En el primer año, el mercado agrícola mensual generó más de 20.000 dólares. En el segundo año se convirtió en un mercado semanal, con unos ingresos de 50.000 dólares para los agricultores y la comunidad.

Las cosas siguieron creciendo «orgánicamente», como dijo Beckett. Por ejemplo, tras ganar el Premio Robert Wood Johnson de Salud Cultural por el trabajo realizado para unir a la comunidad, decidieron utilizar parte del dinero del premio, 25.000 dólares, en un «concurso de ideas» para empezar a identificar a los emprendedores.

«Si se observa la pobreza y los empresarios, ambos están inversamente relacionados, así que sabíamos que si queríamos mejorar la situación socioeconómica de la zona, teníamos que crear empresarios»

Una empleada de la clínica de Beckett tuvo la idea ganadora del concurso: un mercado agrícola móvil.

Utilizó los 5.000 dólares del premio para comprar un camión de abastecimiento y llevar los productos a toda la comunidad. El resultado fue exitoso, hasta el día de hoy su negocio sigue funcionando.

En el primer año, el mercado agrícola mensual generó más de 20.000 dólares. (Imagen: vía Ciudad de Williamson)

Pero incluso los que no ganaron un premio se inspiraron lo suficiente como para llevar sus ideas a buen puerto.

«Uno de los concursantes propuso la idea de que la gente dejara un tarro de cristal  con una ensalada en él.

Las personas que necesitaran, podían recogerla, almorzar y devolvían el tarro para usarlo al día siguiente».

Las personas de la idea anterior, aunque no fueron los ganadores del concurso, forjaron su camino, y ahora tienen su restaurante en la ciudad, llamado 34:Ate, que tiene mucho éxito.

También en el camino, se creó «Sustainable Williamson». Beckett explicó:

«A medida que hacíamos algo, más gente se involucraba y surgían nuevas ideas. Así surgió «Sustainable Williamson», y de ahí surgió la idea de un jardín comunitario y algunas otras ideas».

El huerto comunitario, que comenzó en una parcela junto a las viviendas públicas de la zona, es otro de los hilos que han unido a la comunidad. Los habitantes de las viviendas públicas sabían cómo cultivar un huerto, pero no tenían acceso a la tierra.

Así que empezaron a ayudar a otras personas que no sabían cómo cultivar un huerto. El resultado fue que todos intercambiaron ideas y secretos, cultivaron productos y crearon algo de valor que podían compartir con sus amigos, comer ellos mismos o cooperar en el mercado agrícola.

Beckett impresionado por su sentido de los negocios y conociendo a este emprendedor por haber sido un compañero de clase en la Escuela de Medicina Osteopática de Virginia Occidental, donde no se enseñaban habilidades empresariales, le preguntó cómo había aprendido tanto.

«Es una historia divertida», respondió. «Me gusta decir que mi primer negocio fue en quinto grado. Mi tía tenía un enorme y viejo baúl de cedro lleno de miles de lápices del número 2 que mi tío había recogido mientras trabajaba en el ferrocarril. Un día, después de su muerte, los encontré por casualidad y mi tía me dijo que podía quedármelos.

Para mí, fue como: ‘Aquí hay un negocio’. Tenía todo este inventario, así que decidí empezar a venderlos en la escuela. Estaba ganando bastante dinero para el quinto grado. Entonces mi director vio lo que estaba haciendo, y puso una máquina de lápices de lujo. Sólo los vendía de mi mochila. Así que empecé a rebajar el precio ya que tenía todo este inventario. Entonces me cerró y me dijo que no podía vender lápices.

Aprendí rápidamente cómo funciona el componente normativo del negocio. Así que, por supuesto, me fui al mercado negro después de eso. Ésa es toda la iteración del comienzo de mi habilidad para los negocios», se ríe.

 

Este artículo se publicó por primera vez en la revista Radiant Life.

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