«La rebelión»
“Rufus y el secreto de la Piedra Azul”, es el nombre de este relato de 10 partes en los que acompañaremos a esta singular pareja en una épica aventura, en la que se ven envueltos mientras recorren un mundo extraño, para cumplir con un mandato que les fue encomendado por el Clan de Magos, del que depende nada menos que la Restauración del Equilibrio del Universo.
El cielo ostentaba un tenue color magenta, salpicado por nubes apenas anaranjadas sobre las que se recortaba la imponente silueta marmórea azulada del palacio; los habitantes de la ciudad contenían tensamente el aliento y hasta el viento parecía haberse sumado a la solemnidad del momento, cuando la torre central se iluminó con un brillo digno de una verdadera estrella, transformando la noche en día.
Rae-Hang había hecho su aparición y, aunque nadie podía verlo directamente, nadie dudaba de su dignísima Presencia. Parlantes estratégicamente distribuidos por todo el orbe, replicaban las bendiciones que, arrogantemente, les dispensaba la divinidad autoconsagrada.
Ajenos a la conspiración que se cernía sobre ellos, los nobles y el ejército, fieles a Rae-Hang, asistían embelesados al inicio de la festividad y se disponían a disfrutar de las delicias de una noche dedicada al desenfreno y la lujuria. Mujeres esclavas estaban ya dispuestas en sus celdas-dormitorios y el propio tirano, recibiría su propia ración de carne virgen, que le sería concedida como cada año.
Pero en esta festividad tan especial, sus nobles se habían empeñado en traerle el “tesoro mejor guardado de Rander”, una virgen proveniente de una de las colonias del distante Archipiélago de las Leónidas, que le proporcionaría un placer nunca experimentado y el tan ansiado vástago sucesor.
Rae-Hang abandonó la torre y se dirigió a sus aposentos, donde lo esperaba su joven obsequio, los nobles comenzaron a dispersarse por las diferentes salas del palacio y en la ciudad, la noche adquiría tintes de sensualidad y despreocupación. Aún no se había opacado completamente el destello en lo alto del castillo, cuando un centenar de navíos amarrados en los embarcaderos del puerto, comenzaron a arder vivamente.
Munir daba inicio así a la rebelión, al mismo tiempo que Rae entraba a su habitación y se dirigía a su lecho, donde una decidida pero temblorosa Saleh, no podría impedir la intensa aceleración de sus latidos. Vestida únicamente con el camisón ceremonial, semitransparente y vaporoso, que dejaba prácticamente al descubierto, la delicada belleza de su cuerpo delgado y menudo.
– Vienes a matarme, Saleh -dijo serenamente el tirano- Sé quién eres y por qué estás acá.
Sin prestarle mayor atención se dirigió al reclinatorio y pareció sumirse en un profundo trance durante varios minutos. El tirano de una contextura alta y fuerte, de piel cetrina y una cara redonda, en la que apenas se reconocían unos ojos amarillos de indisimulada crueldad; una túnica amplia, de varios colores y textura sedosa, combinaba con un tocado que ocultaba su cabeza calva y desproporcionadamente grande.
La pitonisa advirtió que no podía moverse, aunque no tenía atadura alguna; tenía bloqueada su visión-de-ver-más allá y luchó internamente por comprender lo qué sucedía.
– No te inquietes -siguió hablando casi paternalmente Rae-Hang, mientras se erguía y avanzaba hacia ella- Lo que viniste a buscar esta noche no es lo que te llevarás: aunque los hechos parezcan contradecir mis palabras, lo que tú y tus amigos iniciarán esta noche, está más allá de su comprensión. Y todos lo lamentaremos.
Levantó la mano e hizo un ademán, de un modo que Saleh había visto antes, y perdió la conciencia inmediatamente.
Rioku Ergan apenas fue alertado del atentado en el puerto, intentó ponerse en contacto con Rae-Hang, pero la nobleza más cercana a su Divinidad, le recordó la pena impuesta a quien lo interrumpiera en sus actividades consagradas.
El general, con un gesto de fastidio, se puso al frente de su tropa y marchó hacia el puerto, dejando prácticamente desguarnecido el palacio. A paso rápido y de cinco en fila, el ejército marchó a través de la ciudad, casi atropellando a la multitud que le cedía el paso e interrumpiendo momentáneamente su algarabía.
Cuando las largas columnas de la milicia imperial, que se asemejaban a una serpiente kilométrica, se encontraban marchando entre el puerto y el otro extremo de la ciudad, las puertas del palacio se cerraron y en menos de una hora de intensa y sangrienta batalla intestina, las esclavas, los nobles desencantados y los soldados amotinados, se adueñaron de la residencia imperial.
Movimientos certeros, ejecutados con la precisión y decisión de quienes no tenían nada que perder, llevaron a la rápida victoria de los rebeldes. Sin embargo, cuando los insubordinados llegaron a la zona de la residencia reservada por Rae-Hang, la encontraron vacía: no había rastros del tirano, ni de Saleh, y las mismas habitaciones, otrora atiborradas de riquezas y opulencia, ahora brindaban la fría e incómoda bienvenida del mármol desnudo.
Un fuerte ulular de sirenas combinadas con destellos de un rojo intenso, provenientes de la misma torre donde el tirano había hecho gala de su poder, ahora marcaba la hora señalada para la rebelión mayor. Un silencio hondo y pesado se impuso en las calles de Ashar, la música calló instantáneamente y solo podía escucharse el rumor del mismísimo Mar Interior.
El general hizo detener a la tropa, sorprendido también él y en ese mismo instante se supo indefenso y a la merced de un enemigo que desconocía, a fuerza de haberlo ignorado tantos años. Primero fue una piedra que golpeó el casco de un soldado, luego un par más y finalmente un clamor que se alzó, simultáneamente, en cada callejuela de la ciudad, despertó y lanzó al pueblo, que rodeaba las columnas de soldados sin reacción, en un ataque desordenado pero implacable.
Ergan reaccionó al fin y al mando de sus oficiales más cercanos, intentó reagruparse para contratacar, pero apenas llegó a pensarlo, una horda, proveniente del puerto, lo alcanzó y desarticuló el resto de la legendaria maquinaria de guerra. Sin embargo, años de disciplina férrea y cuerpos amoldados para la guerra, ofrecieron dura batalla en todos los frentes.
Las calles se tiñeron de rojo y por cada soldado que perecía, un puñado de ciudadanos corría la misma suerte. Gritos y ayes de dolor profundo, se seguirían escuchando en las calzadas que oficiaban de campo de batalla, y las fachadas de las casas conservarían frescos los recuerdos de una noche tan aciaga.
Cuando finalmente llegó el alba, Ergan y unos pocos soldados habían escapado de la muerte y se habían dirigido a los páramos exteriores de la Franja Habitable. Allí quizás tendrían una oportunidad de supervivencia, o al menos, dispondrían de una muerte menos dolorosa. En la ciudad no había lugar para la alegría. Habían luchado por su futuro, se rebelaron y vencieron a las fuerzas del tirano opresor, sin embargo, el costo había sido, sin dudas, excesivo.
En la ciudad los rebeldes habían triunfado, desde el palacio, que estaba bajo el control de los aliados hasta el puerto. Allí Munir y su gente establecieron un cuartel general. Pero el levantamiento estaba lejos de triunfar. La batalla definitiva se libraba en las canteras, donde la osadía y valentía de Telles y los pedreros, debían tallar la forma de sus sueños.
Nota:
En el relato “Lunas de Sangre” conocimos a Rufus y a Saleh, el mago y la pitonisa. A continuación te invitamos a releer o comenzar este viaje en el orden cronológico.
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