Por José Pablo López
Existe un pequeño poblado, insignificante si la comparas con tantas otras grandes ciudades. Es apenas un caserío perdido entre lo poco y la nada; donde nunca pasa nada y según me cuentan, nunca se vio siquiera un cometa.
Es tan pobre este poblado que hace tiempo ya, se quedó sin ladrones y es tan poquita cosa que ni siquiera es dueño de su propio nombre.
Si el sol amanece cada mañana, es sólo porque algún dios así lo decidió hace mil años y luego se olvidó… hasta las estrellas titilan con desgano cuando les toca en suerte, sobrevolar esos tejados. Los sueños se acostumbraron a pasar de largo y las gentes se fueron volviendo tristes a causa de tantas noches en blanco.
Este pobre pueblito, que vive al borde del desconsuelo tiene una ristra de historias en la que se entretejen alegrías y dolores, ni más ni menos que en todos lados; es un pueblo que aprendió que nada es para siempre; que el momento es ahora, que el pasado es apenas un recuerdo y el mañana no vale más que la promesa de un ocasional amante.
Es este el pueblo donde vive mi familia, donde se consuela mi sangre y donde escondo mis secretos. Vivo en un castillo con siete almenas, protegido por dragones y rodeado por inexpugnables nomeolvides. Es allí donde regreso cada noche y desde donde arranco, intrépido, cada jornada. Mi fatiga, mis luchas y tantos desencantos, es justo decirlo, sólo tienen sentido por lo que allí guardo.
Sin embargo, a veces también necesito (o debo decir me gusta) perderme en sus callejuelas oscuras a esas horas gastadas de la noche, en que se confunden los olores, se mezclan los sabores y se olvidan los deberes.
A veces elijo beber hasta morir de sed y otras, sólo encuentro sosiego entre faldas descartadas. No es común ni tampoco infrecuente encontrar entre tanto tumulto, un par de ojos claros que recordaré más allá del verano.
Mi pequeño pueblo olvidado tiene senderos que no llevan a ninguna parte y plazas redondas, sin entradas y quizás ninguna entrada; tiene un río que no se encuentra y un puente apoyado en un solo lado. Algunas noches tienen dos lunas, que es cuando, en silencio y siguiendo un rito arcano, te llamo tres veces y espero cuatro.
Este mismo pueblito también esconde secretos, aunque, quizás no lo entiendas, a la vista de todos. Si quieres, te invito a visitarlo: tal vez no te aburras tanto. Antes debes saber que en este pequeño poblado se habla con frases sencillas y no importa de dónde vengas, nunca necesitas diccionarios.
Y es que acá hablamos con manos inquietas, con miradas que se cuelan y con labios que besan. Acá vivimos los silencios profundos y hacemos el amor con los ojos cerrados. En mi pueblo, tú, desnuda, serás una obra de arte.
Si me dejas guiarte, podemos perdernos durante alguna siesta en esos matorrales y jugar a recorrernos. Si te animas, puedo invitarte a que nos miremos hasta no tener más secretos, podemos elegir el vino con el que nos embriagaremos; podemos correr y reírnos y hasta adivinar de qué sabor te gusta el helado.
Pero al final del recorrido tendrás que elegir, sin mediatintas, si te quedas conmigo, jugando a las escondidas o te marchas dejando un pedacito de tu alma para que lo guarde bajo mi almohada.
Sobre el autor: José Pablo López, 56 años, Dr. en Geología, investigador y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán, entusiasta difundidor de las Ciencias de la Tierra en ámbitos no académicos y escritor amateur en sus horas de ocio.