Por José Pablo López
«Desgranando secretos»
Por las noches, era bien recibido en las juntadas de los mineros, en las que se vaciaban toneles enteros de aguamiel al son de canciones irreproducibles y narraciones fantásticas que, sin embargo, sonaban a hechos tangibles y reales.
Nahur era uno de los más extrovertidos y no fueron pocas las veladas que terminaban con el alba despuntando allá en lo alto. Era un duende de cachetes regordetes y piel extrañamente blanca; unos cabellos hirsutos y colorados lo destacaban entre sus compañeros y su olor a cabra montés era su peculiar distintivo.
Nahur me contó sobre el uso de los minerales que recolectaban en el cerro, que si bien el granate era muy preciado en joyería y se lo consideraba el más noble de los regalos de la montaña, era muy requerido por sus secretas propiedades para enamorar elfas tímidas y para enardecer sus temperamentos.
Aún recuerdo su mirada, pícara y chispeante, cuando me confiaba, susurrando apenas, tal conocimiento.
En otras noches aprendí sobre las estaurolitas, que aunque no gozaban de propiedades secundarias tan apreciadas, tenían un gran valor como moneda de intercambio y también, para algunos usos en un proceso de amalgamación que remitían a procedimientos alquimistas.
Tales actividades estaban siempre a cargo de uno de los más duendes más viejos y las realizaban en ciertas noches escogidas, bajo la mayor de las reservas. A esos quehaceres nunca fui invitado y se preocupaban mucho de no ahondar en detalles cuando yo estaba cerca.
A buen entendedor…
Así fueron pasando los días con sus soles y las noches con sus sueños; de a una se fueron pespunteando tantas historias, con sus lágrimas y sus alegrías y los años fueron simplemente aconteciendo, sin tiempo para añoranzas ni mucho menos, para rencores viejos.
Y llegó el momento, como había predicho Elcanor en que dejaría de buscar explicaciones, de distraerme con el juego de las diferencias y ni siquiera con maravillarme con los portentos cotidianos.
Un día… simplemente aprendí a descifrar el idioma del viento y a reconocer cuando el río discurría alegre y despreocupado y cuando el torrente venía de mal talante; la primera mañana del mes de los Abrojos invoqué a la lluvia con la naturalidad de los aldeanos y acompañé a los Venturosos a desenterrar el tesoro al pie del Arco Iris de treinta y tres colores; en los festejos del Cambio de Luna fui quien oró por las bendiciones recibidas y agradeció por las venideras.
Fui testigo de matrimonios y padrino de cuarenta y cinco nuevos duendes de la montaña; me entregaron las llaves del camposanto, donde descansan las almas que esperan y me confiaron el cofre donde laten las esperanzas de las mujeres y los miedos de los hombres.
Así me fui reencontrando con mi yo-duende y me fui olvidado de mi yo-miseria, fui descubriendo caminos antes de pensar en buscarlos y desanudando sufrimientos sólo con desandar inquinas.
La aldea se fue adueñando de mi alma y mi corazón se afincó en esa tierra extraña que ya no me fue ajena, en ese recodo del río por el que pasé tantas veces en mi vida pasada pero que recién tuvo significado cuando Elcanor me tendió la mano.
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Sobre el autor: José Pablo López, 57 años, Doctor en Geología, investigador y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán, entusiasta difundidor de las Ciencias de la Tierra en ámbitos no académicos y escritor amateur en sus horas de ocio.