«La otra orilla del río» – Cap. 3: «El despertar de Elcazar»

Por José Pablo López

3. El despertar de Elcazar

¡Bienvenido a nuestra casa! -me dijo aquel extraño hombrecito de mirada azul transparente mientras me extendía amigablemente su mano.

Al tomarla para incorporarme sentí, al contacto con su piel rugosa y áspera, que me estaba aferrando a una historia de siglos. En ese momento sólo fue una sensación extraña, pero con el pasar de los días, comencé a comprender…

Al principio, me maravillaba de pequeños y cotidianos milagros que se develaban en cuentagotas, como si viviera un permanente y mágico duermevela, pero luego -no podría decir después de cuánto tiempo- advertí que era más que un testigo y aprendí a disfrutar de la cascada multicolor, infinita y envolvente, que me excedía y me transmutaba.

Pero, no nos adelantemos…

Aún con el pulso latiéndome en las sienes y la cabeza por estallarme de dolor, reconocí el mismo curso raquítico del río y la misma quebrada, pero había algo más, algo extraño que me llevaría un tiempo descifrar.

Además del hecho, ya de por sí extraordinario de estar rodeado por una veintena de seres pequeños, con aspecto de…

… para abreviar y aunque no sea exacto, a los fines de no dilatar el relato ni perderme en extrañas descripciones, digamos que estaba rodeado de una veintena de gnomos, de duendes o de elfos, lo que prefieran, aunque en rigor de la verdad, no eran (no son) ni gnomos, ni duendes ni elfos.

Les decía que había algo extraño en el ambiente, una musicalidad singular colaboraba con una bruma apenas perceptible y un aroma dulce y profundo, para generar un ambiente arcano, desconocido.

Lo primero que vino a mi mente fue que tal vez había muerto, como consecuencia del golpe, al resbalar cruzando el río. Esa caída fue lo último que recordaba, antes de los extraordinarios sucesos que comenzaron en el saludo de Elcanor.

«Con él aprendí que el tiempo que vale no es el que se mide con relojes sino el que transcurre sin que nos demos cuenta, en compañía de nuestro yo interior; que el pasado es una fantasía que recordamos y el futuro, anhelos apenas hilvanados; que sólo tenemos el presente y que éste ni siquiera nos pertenece».

O tal vez estaba alucinando por la fiebre y la desesperación. Todo era confuso al principio, pero poco a poco, fui despertando…

En el cielo brillaban dos soles de brillo tenue y rojizo, lo que profundizaba mi creencia en la alucinación febril, pero todo lo que me rodeaba era demasiado concreto para ser sólo producto de una mente aturdida.

Ahora me doy cuenta de que, efectivamente, estaba conmocionado, pero no debido al porrazo que aún resonaba en mi cabeza; no era, en todo caso, una concusión debida a una causa física.

Aquella turbación, en realidad, se debía a mi Nuevo Nacimiento, a mi Segundo Despertar, la etapa más increíble, fascinante e inesperada de mi vida, del reencuentro conmigo mismo y con mi Camino.

Allí estaba Elcanor, ofreciéndome su mano e invitándome a su casa. Elcanor, el Viejo. Elcanor, el Caminante, el Sabio.

Elcanor fue mi mentor, mi guía, mi maestro y fue, lo supe mucho después, mi padre, aquel por quien una vez lloré su muerte y a quien no creí volver a ver nunca más; aquel padre a quien conocí con otro nombre y en otra vida.

Con Elcanor descubrí quien soy, lo mucho que soy y lo poco que tengo; con él aprendí que la magia es tan real como la sombra de un álamo; que está allí, aunque no podamos tocarla, ni pesarla.

Con él aprendí que el tiempo que vale no es el que se mide con relojes sino el que transcurre sin que nos demos cuenta, en compañía de nuestro yo interior; que el pasado es una fantasía que recordamos y el futuro, anhelos apenas hilvanados; que sólo tenemos el presente y que éste ni siquiera nos pertenece.

Con Elcanor desperté al infinito misterio de los mundos paralelos y él me ofrendó mi nuevo  nombre, siguiendo la tradición de los duendes de la montaña.

Bienvenido a casa, Elcazar, me dijo.

Y así, con este saludo sencillo y llano comienza el camino de mi reencuentro. Este es el relato de las maravillas que viví durante los siguientes doscientos años o apenas un par de minutos, depende en qué orilla del río te encuentres.

Sobre el autorJosé Pablo López, 57 años, Doctor en Geología, investigador y profesor de la Universidad Nacional de Tucumán, entusiasta difundidor de las Ciencias de la Tierra en ámbitos no académicos y escritor amateur en sus horas de ocio.

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