Por Ying Ma y John
Un año, una sequia azoto y se perdieron todos los cultivos en los campos. Los pobladores se vieron obligados a recoger vegetales silvestres, a excavar las raíces de las malezas y a comer hojas para vivir y fue aún más difícil cuando llegó el invierno.
Un día, un viejo monje llegó a la aldea y se dio cuenta que todos los pobladores tenían aspecto pálido y delgado y casi no podían caminar a causa del hambre que padecían. Él vio a una anciana que yacía en su puerta y que apenas se podía levantar al igual que su hijo, un joven de unos treinta años, quien estaba muy débil.
El viejo monje le dijo al joven hombre:
– «Hay un grupo de árboles de álamo en el lado este de la aldea, el álamo más viejo tiene un pedazo de la corteza rota y junto a las raíces de los álamos hay un pequeño montículo. Una vez que excaves el montículo, encontraras una vasija con mijo. Cada noche, puedes tomar una cucharada de mijo de la vasija y cocinar una sopa para tu madre con ella. Recuerda que sólo puedes usar una cucharada de mijo para tu familia»
El joven escuchó al viejo monje con indiferencia; en realidad no le importo lo que aquel viejo monje dijo y llevó a su madre de regreso a su casa.
La madre pidió a su hijo que buscara el mijo, pero como el hijo no creía lo que dijo el viejo monje, no fue a buscarlo hasta que estuvo muy oscuro. Para cumplir con su madre, fue al bosque de álamos en el lado este de su pueblo bajo la luz de la luna con una pala de hierro y una calabaza, al llegar ahí para su sorpresa, encontró el viejo álamo con un montículo de tierra sobre sus raíces.
Después de cavar dos o tres veces, encontró la vasija de mijo con una tapa, entonces el alegremente tomo una cucharada de mijo de acuerdo a las instrucciones del monje. Luego enterró la vasija donde estaba y se fue feliz a casa.
Una vez que mostró el mijo a su madre, esta juntó las manos piadosamente y dijo:
– «Amitabha, debe ser una forma del cielo de permitirnos tener nuestra comida, tenemos que expresar nuestra gratitud por la guía del viejo monje»
La madre y el hijo se salvaron, al igual que sus amigos y familiares gracias a que les dijeron el secreto y estos fueron allí por su porción de mijo cada noche. Parecía que el mijo en la vasija siempre se mantenía al mismo nivel, sin importar cuántas familias fuesen allí por su porción. Fue así que todas las familias de la aldea superaron el año de hambruna.
En ese entonces, había también, un insaciable traficante de arroz en el pueblo quien en la primavera del año siguiente, escucho la noticia de la preciada vasija y se llevó a dos de sus hijos a altas horas de la noche con palas de hierro, cuerda y barras de madera en busca de aquel tesoro enterrado en la raíz del árbol de álamo, para llevarlo a casa y hacerse de su propia fortuna y disfrutarlo para siempre.
Ellos primero tomaron tres sacos de mijo y luego siguieron cavando para obtener la vasija, pero se encontraron con que mientras más excavaban, más profunda se hacía, sin importar lo duro que excavasen, no pudieron llegar al fondo de la vasija. Al final, cuando los gallos cantaron a la llegada del amanecer, no se atrevieron a excavar más, por lo que volvieron a echar la tierra para dejar el lugar como estaba y se fueron a casa con los tres sacos de mijo.
Sin embargo, los sacos se volvieron más y más pesados en el camino a casa y una vez que llegaron, se quedaron atónitos al ver que todo el mijo en aquellos sacos se había convertido en arena.
Después de este hecho, la vasija del tesoro desapareció. Todos los aldeanos que escucharon esta historia, maldijeron al traficante de arroz y sus hijos, por su codicia porque debido a ella, se dañaron a sí mismos y a todos los demás.