La herencia de la civilización occidental

Por George Pell

Propongo comenzar hablando sobre China. Esto no es porque yo crea que China debe alcanzar la supremacía económica (hace 20 años estábamos dando ese honor a Japón), sino porque China es radicalmente una cultura diferente, nutrida por 2,000 años de las enseñanzas de Buda y de Confucio, antes del destructivo vandalismo de Mao y los Guardias Rojos; una nación que ahora está investigando los secretos de la vitalidad Occidental y un código o códigos para proporcionar cohesión y dignidad social que sea compatible con el desarrollo económico.

Permítame dar dos ejemplos, reconociendo que son sólo dos pajas en medio de un gran remolino.

En el 2002, un grupo de turistas de los Estados Unidos visitaron la Academia China de Ciencias Sociales en Beijing para escuchar una conferencia de un académico chino que prefirió quedar en el anonimato. Hablando en plural a nombre de un gran número de colegas intelectuales, describió su investigación sobre lo que se consideraba importantísimo, el éxito de occidente en todo el mundo. Sus estudios varían ampliamente. Al principio ellos pensaron que la principal razón era un armamento más poderoso, después los sistemas políticos, antes de considerar los argumentos del sistema económico occidental.

Finalmente y cito: “En los pasados veinte años, nos hemos dado cuenta que el corazón de su cultura es su religión: El Cristianismo… El fundamento de la moral Cristiana de la vida cultural y social es lo que hizo posible que surgiera el capitalismo y de ahí la transición a una política democrática. No tenemos la menor duda al respecto.” [1]

Mi segunda paja en el vendaval viene de Zhao Xiao, un ministro de economía chino, quien escribió también en el 2002 un fascinante artículo titulado: economías de mercado con iglesias y economías de mercado sin iglesias. Hizo observaciones obvias de que las economías de mercado promueven la eficiencia, no alientan la flojera, refuerzan la competencia. Trabajan y producen bienestar. Pero, apuntó; un mercado no puede evitar que la gente mienta y cause daño y de hecho puede motivar a la gente a que sea ingeniosa en sus esfuerzos por dañar a otros y perseguir riqueza a cualquier precio. [2]

Zhao es un crítico de la corrupción, la estafa y explotación en la vida económica china. Su diagnóstico de China proporciona una fascinante comparación no sólo entre el idealismo Cristiano y el desempeño indiferente sino además con un desafío al nuevo mundo de los propagandistas occidentales  por el secularismo radical en donde el llamado hacia los estándares morales comunes  rara vez es escuchado.

Zhao escribe: “En estos días, el pueblo chino no cree en nada. No creen en Dios, no creen en el diablo, no creen en la providencia, no creen en el juicio final, por no hablar acerca del cielo. Una persona que no cree en nada solo puede creer en sí mismo. Y la creencia en uno mismo implica que nada es posible – ¿Qué importa mentir, hacer trampa, dañar y estafar? [3]

A menudo, se necesita que un extranjero vea lo que es dolorosamente obvio, especialmente si el conocimiento o verdad es difícil de aceptar y sistemáticamente evitada por mucho de los comentaristas.

En occidente, hasta los ateos y laicos viven en los vestigios del sistema moral Cristiano, en un esquema Cristiano. En China, no existe tal mano invisible, de gran alcance sin las tradiciones no reconocidas que detengan a los Darwinistas entre nosotros de ser Darwinistas sociales. Hasta Richard Dawkins y Peter Singer dicen ser filántropos, creyentes del amor fraternal.

Con objeto de reconocer nuestras fortalezas, es útil examinar sociedades desarrolladas de manera distinta, tales como la antigua Roma o la moderna china así como los caminos que han elegido.

La China de hoy no es una democracia, sino una dictadura sostenida militarmente en donde cientos de millones no participan de la creciente prosperidad y donde por décadas se ha impuesto una brutal política de un solo hijo. Cuando esta política fue implementada en una sociedad que prefiere a los hijos que a las hijas y donde la tecnología moderna ahora permite conocer el sexo de los bebés antes de nacer, el resultado final fue el porcentaje actual de 130 nacimientos de muchachos por cada 100 muchachas (el rango natural es de entre 103 a 106 muchachos por cada 100 muchachas). En el 2020, China tendrá entre 30 y 40 millones más de varones que de mujeres menores de 19 años. [4]

Por si fuera poco, China también seguirá a Rusia, Japón y la mayor parte de Europa, en una implosión demográfica, con crecientes número de personas viejas y menos y menos gente joven que los mantenga. Pero China (y por supuesto India), lo sufrirán mucho antes de que se generalice un estándar de vida digno para todos o por lo menos para la mayoría de sus pobladores.

Es este torbellino social así como el espectacular desarrollo económico que está empujando a los intelectuales y al gobierno de China a investigar agentes de cohesión social y obligar  algunos de sus intelectuales hacer estos preocupantes reclamos sobre la superioridad occidental y la contribución del cristianismo en esto. Para mí, la civilización occidental viene de Atenas, Roma y Jerusalén, una maravillosa mezcla de razón, ley y monoteísmo Judeo-Cristiano. Inmediatamente se hacen necesarios dos rudimentarias calificaciones o aclaraciones.

El lado oscuro de la tradición occidental tiene que ser reconocido, abarcando, en realidad, desde la violencia de la Revolución Francesa hasta las tiranías del siglo 20 – el nazismo y el comunismo. Pol Pot fue entrenado por Partisanos Estalinistas y hasta Mao le debe más a Stalin que al ejemplo de cualquier déspota oriental.

Pero ni el nazismo ni el comunismo deberían considerarse pertenecientes a la civilización occidental porque ambos odian al Dios Judeo-Cristiano y substituyeron la ley natural por la ley de la selva. Hasta George Steiner  ha proclamado que el odio enfermizo Nazi hacia los Judíos se debió al papel único del Judaísmo de introducir el monoteísmo a la historia del mundo; ó, en términos seculares, a la invención de Dios. [5]

Mi segunda y mucho más feliz calificación es el reconocer con gratitud la tradición de hablar el inglés en la civilización occidental a la cual pertenezco, el mundo del pensamiento de Shakespeare, Jane Austen y Charles Dickens, Isaac Newton y Charles Darwin, Adam Smith y John Henry Newman, Edmund Burke , William Wilberforce y el sistema de gobierno de Westminster; del derecho común Inglés y las universidades de Oxford y Cambridge. Todos tenemos muchas razones para la gratitud.

Voy a explicar la contribución peculiar a la civilización occidental cristiana, siguiendo a Pierre Manent, un filósofo francés contemporáneo. Para Manent, occidente fue el producto de la tensión creativa y el conflicto a veces feroz, entre el «partido de la naturaleza»; la herencia clásica de Grecia y Roma, haciendo hincapié en el orgullo, la magnanimidad y virtudes naturales  y el cristiano «partido de la gracia»; haciendo hincapié en la humildad, la renuncia y la cultivación del alma. [6]

Manent sostiene que el hombre moderno surgió cuando la tensión entre estas dos antiguas tradiciones se convirtieron en una guerra abierta en el siglo 18. [7] La modernidad y su mal llamada secuela, el post-modernismo que considera a los humanos más allá de la naturaleza y la trascendencia. Las dos tradicionales estrellas polares de Dios y la naturaleza humana fueron rechazadas con consecuencias que todavía hoy tratamos de entender. Estas son las principales fuentes del actual descontento en occidente.

Rechazar la idea de que los seres humanos comparten un tronco común e irreductible  que nos hace a nosotros humanos, no solo ha producido una gran confusión e incoherencia en la moral, sino que ayudó a minar el concepto de la dignidad humana – que cada individuo posee una dignidad innata, simplemente por el hecho de ser humano, que no debe ser violada. En otras palabras, los ataques al matrimonio, la familia y la vida producen turbulencias de descontento entre las generaciones. Este rechazo de la naturaleza humana está en el corazón de las versiones radicales de autonomía, individualismo y secularismo. Toda la propaganda es sobre la libertad – libertad para escoger nuestros propios valores y para rehacernos a nosotros mismos como más nos convenga. La realidad es un relativismo moral que hace al mal una cuestión desde una perspectiva o sentimientos particulares y un mundo en donde los seres humanos se vuelven los medios para otros fines.

El “Brave New World”, de Aldous Huxley (1932), con su generación de esclavos brutos de pocas luces, está todavía algo lejano. Pero nuestra voluntad de crear humanos como partes de repuesto (solo hasta cierto punto, por el momento), muestra qué tan barata se ha hecho la vida y cómo estamos amenazándola con malograr nuestra conducta.

Melbourne fue visitado en días recientes por una plaga de ateos (creo que ese es el nombre  colectivo correcto), rechazando enojadamente una ausencia. Aunque algunos lo han rechazado violentamente a Él, para muchos otros, Dios simplemente ha sido olvidado. Como Alejandro Solzhenitsyn observó en su Conferencia de 1983: “Si fuéramos convocados para identificar en resumen el principal rasgo de todo el siglo veinte… no podría encontrar algo más preciso y triste que repetir una vez más: Los hombres se han olvidado de Dios.”  [8]

Las consecuencias de olvidarse de Dios han sido importantes para la moralidad, la dignidad humana y la sociedad occidental. Los seres humanos ya no están más hechos a la imagen de Dios, sino que simplemente son la forma animal más alta, cuyo ADN es 99 por ciento idéntico al de los chimpancés.

Sin destino eterno, no hay peligro del juicio después de la muerte por nuestros pecados. Un enorme esfuerzo ha sido hecho para perseguir esta especial “liberación”. Como Czeslaw Milosz ha señalado: “Un verdadero opio de la gente es no creer en nada después de la muerte – el gran consuelo por pensar que nosotros no vamos a ser juzgados por nuestras traiciones, avaricia, cobardía, asesinatos” [9]

Los llamados de algunos a rechazar todas las religiones ha sido magnificado por el despertar del terrorismo Islámico. Pero no todas las religiones son iguales. Diferentes creencias producen diferentes sociedades, como los especialistas chinos, con quienes iniciamos, los cuales están ahora enseñándonos.

El historiador Inglés Christopher Dawson sostuvo que “es imposible separar cultura de religión” o cultura del culto. El mayor error que han cometido los seculares radicales y otros, durante los últimos dos siglos, es creer que la religión es nada más “un fenómeno secundario, que fue resultado de la explotación de la credulidad humana”  [10].  Es imposible entender la historia de occidente, o el porqué occidente se convirtió en lo que es, sin el Cristianismo.

Necesitamos introducir a nuestros hijos a la civilización occidental enseñándoles filosofía, historia y literatura de manera más bien sólida que formas sin sustento y llevarlos hacia el considerar las grandes preguntas:  ¿Existe la verdad? ¿Qué es el bien? ¿Podemos creer en la belleza?

El conocimiento es indispensable, pero nunca es suficiente por sí mismo. Necesitamos re-presentar a Dios y una nueva percepción sobre cómo debemos vivir, que vienen de reconocer la naturaleza humana que compartimos. Los cristianos necesitan desafiar intelectualmente a los muchos agnósticos de buena voluntad que enfrentar la ausencia de alternativas. Enseñar los fundamentos de la civilización occidental no es un lujo intelectual o estético. Es esencial para desarrollar comunidades fuertes y para asegurar que lugares como Australia se mantengan como sociedades justas y decentes.

Referencias Bibliográficas:

[1] David Aikman, Jesus in Beijing: How Christianity is Transforming China and Changing the Global Balance of Power (Washington DC: Regnery, 2003), p.5.
[2] An English translation of the full text of Zhao’s article, which was originally published online in Chinese at the end of 2002, is available at: www.danwei.org/business/churches_and_the_market_econom.php
[3] Zhao Xiao, “Market economies with churches and market economies without churches”.
[4] “The worldwide war on baby girls”, The Economist (London), March 4, 2010.
[5] George Steiner, In Bluebeard’s Castle: Some Notes towards the Redefinition of Culture (London: Faber and Faber, 1971), p.41.
[6] Pierre Manent, The City of Man (1994), trans. Marc A. LePain (Princeton NJ: Princeton University Press, 1998), pp.24-25.
[7] Ibid., p.27.
[8] Alexander Solzhenitsyn, “Godlessness: the first step to the Gulag”, Templeton Prize Lecture (London), May 10, 1983.
[9] Czeslaw Milosz, “The discrete charm of nihilism”, New York Review of Books, 45:18 (November 19, 1998).
[10] Christopher Dawson, The Judgment of the Nations (London: Sheed & Ward, 1943), p.64.

El Cardenal George Pell es el Arzobispo Católico de Sidney. Este artículo es sobre una conferencia que él impartió en el Luang de Melbourne en el programa del 25 de marzo del 2010 de las Fundaciones de la Civilización Occidental del Instituto de Asuntos Públicos.

Fuente:  www.newsweekly.com.au

 

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