¿Existen realmente las personalidades adictivas?

(Image: Wagner Cesar Munhoz via flickr/
¿Existen realmente las personalidades adictivas? (Imagen: Wagner Cesar Munhoz via flickr/ CC BY-SA 2.0)

Por Vision Times

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«La vida es una serie de adicciones y sin ellas morimos». Esta es mi cita favorita de la literatura académica sobre adicciones publicada en 1990 en el British Journal of Addiction por Isaac Marks.[su_spacer]

Se hizo esta declaración deliberadamente provocadora y controvertida para estimular el debate sobre si las conductas excesivas y potencialmente problemáticas como el juego, el sexo y el trabajo realmente pueden ser clasificadas como auténticas adicciones.

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Muchos de nosotros podríamos decirnos a nosotros mismos que somos «adictos» a tomar el té, el café, el trabajo o chocolate, o conocemos a personas que podríamos describir como «enganchadas» a la televisión o el uso de la pornografía. ¿Pero estos supuestos tienen sustento en la realidad?

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Todo el tema se reduce a cómo se define la adicción en primer lugar –ya que muchos de nosotros estamos en desacuerdo sobre cuáles son los componentes básicos de la adicción en realidad. Muchos aseguran que la palabra «adicción» y «adictivo» se utilizan tanto en las circunstancias cotidianas que se han convertido en palabras sin sentido.

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Por ejemplo, decir que un libro es «adictivo» o que una serie de televisión específica es «adictiva» le resta valor a esa palabra en un entorno clínico. Aquí la palabra «adicción» se utiliza posiblemente de una manera positiva y, como tal, se devalúa su significado real.

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¿Entusiasmo saludable… o problema real?

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La pregunta que más me hacen –sobre todo en los medios de comunicación– es ¿cuál es la diferencia entre un excesivo pero saludable entusiasmo y una adicción? Mi respuesta es simple: un excesivo y sano entusiasmo añade sentido a la vida, mientras que una adicción te lo quita.

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También creo que para ser clasificado como adicción, un comportamiento debe reunir una serie de componentes clave, que incluyen: preocupación imperiosa en el comportamiento, conflictos con otras actividades y relaciones, los síntomas de abstinencia cuando no puede participar en alguna actividad, un aumento excesivo y extendido en el comportamiento (tolerancia), y el uso de este comportamiento con el fin de modificar el estado de ánimo.

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Otras consecuencias, como sentirse fuera de control con el comportamiento y desearlo, están a menudo presentes. Si todos estos signos y síntomas existen entonces yo llamo al comportamiento como una verdadera adicción. Pero eso no ha impedido que otros me acusen por diluir la definición de adicción.

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La ciencia de la adicción

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Hace algunos años, Steve Sussman, Nadra Lisha y yo publicamos un análisis sobre la relación entre once comportamientos potencialmente adictivos reportados en la literatura académica: fumar tabaco, beber alcohol, consumir drogas ilícitas, comer, juegos de azar, el uso de Internet, el amor, el sexo, el ejercicio, el trabajo y las compras.

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Examinamos la información de 83 estudios a gran escala y reportamos la prevalencia de una adicción entre los adultos de Estados Unidos la cual varía de un mínimo de 15% hasta un máximo del 61% en un período de 12 meses.

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También se informó que es plausible que el 47% de la población adulta de Estados Unidos sufra los signos de una mala adaptación a un trastorno adictivo, durante un período de 12 meses, por lo tanto puede ser útil pensar en las adicciones ya que debido a los problemas de estilos de vida, así como a distintos factores de la persona, en pocas palabras –y con muchas salvedades– nuestro documento argumenta que en en algún momento, casi la mitad de la población de los Estados Unidos es adicta a una o más conductas.

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Un problema en muchas formas (Imagen: Shutterstock)

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Hay una gran cantidad de literatura científica que muestra que el tener una adicción aumenta la propensión a tener otras adicciones. Por ejemplo, en mi propia investigación, me he encontrado con jugadores patológicos alcohólicos–  y todos pensamos probablemente en las personas que son adictas a la cafeína y al trabajo.

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También es común que las personas que renuncian a una adicción la sustituyan por otra (lo que los psicólogos llaman «reciprocidad«). Esto es fácilmente comprensible ya que cuando una persona renuncia a una adicción, ésta deja un hueco en su vida, y a menudo las únicas actividades que pueden llenar ese hueco o vacío y que le proporcionan experiencias similares son otras conductas potencialmente adictivas.

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Esto ha llevado a muchos a describir a estas personas como portadoras de una «personalidad adictiva».

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¿Personalidades adictivas?

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Si bien hay muchos factores de predisposición a la conducta adictiva, incluidos los genes y rasgos de personalidad, una gran neurosis (ansioso, infeliz, propenso a las emociones negativas) y baja escrupulosidad (impulsivo, descuidado, desorganizado), la personalidad adictiva sigue siendo un mito.

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A pesar de que existe una buena evidencia científica de que la mayoría de las personas con adicciones son muy neuróticas, la neurosis en sí misma no es predictiva de una adicción. Por ejemplo, hay personas muy neuróticas que no son adictas a nada, por lo que la neurosis no es predictiva de la adicción.

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En resumen, no existe una buena evidencia de la existencia de un rasgo específico de la personalidad –o conjunto de rasgos– que sean predictivos de una adicción o de la adicción por sí solos.

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Hacer algo habitualmente o en exceso no significa necesariamente que sea problemático. Si bien hay muchos comportamientos tales como el consumo excesivo de cafeína o ver demasiada televisión que teóricamente podrían ser descritas como conductas adictivas, son más bien hábitos marcados en la vida de una persona pero que en realidad causan poco o ningún problema.

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Como tal, estos comportamientos no deben ser descritos como una adicción a menos que el comportamiento provoque efectos psicológicos o fisiológicos significativos en su día a día.

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Escrito por  Mark Griffiths, Director de la Unidad de Investigación Internacional del Juego y Profesor de Comportamientos Adictivos en la Nottingham Trent University. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lee el artículo original.

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