Por Elena Gordillo
Se abrió el cielo y cayeron los velos transparentes y volátiles.
Como sábanas perfumadas acariciaban los cuerpos, envolviéndolos, abrigándolos.
En caída libre, abrazaba momentos y se abría en tentáculos de piel de durazno, húmedos y suaves, abarcándolo todo.
El sonido del viento al reír con las hojas de los verdes, siempre verde y la lluvia
se filtraban en la intimidad más estática de mi mente.
Yo ya era, ya existía en modo sepia, en medio de ese ruidoso silencio.
Tenue es la luz.
Aprieto el barro con las manos de mil mundos y humedezco mi rostro salvaje en el agua sagrada.
Los fantasmas se esfuman, desintegrándose en el vapor que se suspende en el difuso paisaje.
A lo lejos un Amadeus a punto de iniciarse en el filo de un teclado.
Un Miguel Ángel etéreo y fugaz en ebullición.
Los Dioses en cónclave esculpiendo en mil formas y colores.
Era el principio de algún principio.
En estos, los tiempos de Cortázar, dónde imaginar una escena llena de humo y pasión encerrada, entre la Maga y Oliveira, es posible aún en un París cercado, sin luces.
Aquí, donde el amor ya no es el amor en los tiempos del cólera, yace un mundo indolente, atormentado en humo y desgarrado en dolor.
Este péndulo, en donde conviven los opuestos y se entrelazan en la lucha de los tiempos, traza la línea, como un compás, de ese vaivén interminable en donde lo perdido renace y lo que fue oculto sale a la luz.
Como si estuvieran en la palma de mi mano, veo trenes apurados y desorientados.
Nunca más pequeño el mundo ni más ahogado. Delantales blancos transitan ensangrentados.
La humanidad tendida entre las líneas inesperadas de la vida, del amor y de la muerte. Casi el espanto.
Todo es válido y real mientras lo percibo en este encierro literal.
Aquí o allá. Antes, ahora. Adentro, afuera. Vida o muerte.
El sonido de un violín, perfora el eco de las sirenas con su transversalidad
de alucinantes bemoles que caen como jazmines azulados desde los balcones.
En cada rosa una espina.
En clave de FA solfean su historia los habitantes de minutos encadenados,
condenados a mirarse, a reconstruirse, adentrándose en ese túnel del tiempo sin prisa y de final incierto.
Nada está exento del plan pre acordado y predeterminado que cada uno pactó antes de despertar o de dormirnos para comenzar a soñar.
Nunca es tarde para creer, para poner en marcha la máquina de los sueños.
Ahora, ahora es el momento.
En armonía perfecta caen las notas, do, la, si, sol, sobre el sol, dios de la tarde mítica.