Por Yi Ming
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[su_dropcap style=»flat» size=»5″ class=»color»]H[/su_dropcap]abía una vez un joven sin hogar que fue a un templo donde por fortuna fue aceptado. Después de tomar un baño y afeitar su cabeza, se veía bastante atractivo.[su_spacer]
El maestro del templo se hizo cargo de él y le enseñó las lecciones básicas. Él era bastante inteligente y diligente y pronto el maestro le permitió leer las escrituras.
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Sin embargo, este pequeño monje tenía unos hábitos molestos. Cuando aprendía algunas palabras de las escrituras las escribía en el jardín y sobre las paredes. Además, cuando se iluminaba sobre algo, alardeaba de ello ante el maestro y los otros monjes. Estaba impaciente, vanidoso y centrado en sí mismo.
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El maestro pensó en la situación por un tiempo y decidió ayudar al pequeño monje a cambiar sus hábitos. Un día, el maestro le dio al pequeño monje una maceta con flores de primavera para que las pudiera observar durante la noche, cuando estaba de servicio.
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A la mañana siguiente, el pequeño monje cogió la maceta de flores y corrió hacia el maestro. Dijo en voz bien alta para que el maestro y otros monjes escucharan:
«La maceta de flores que me dio fue absolutamente maravillosa. Se abrieron por la noche y olían tan bien, y por la mañana cerraron sus pétalos».
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El maestro respondió gentilmente: «Cuando se abrieron por la noche, te despertaron?»
«Oh, no, maestro, fue muy silencioso cuando se abrieron y cerraron», respondió el pequeño monje.
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«¿Ah, entonces es así? Pensé que florecer, harían mucho ruido para mostrarse», dijo el maestro con voz suave.
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El pequeño monje se quedó en silencio durante unos segundos antes de responder con una expresión embarazosa: «Maestro, entiendo ahora, y prometo corregir mis defectos».
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Traducción y edición por David Clapp y Karina Rubio.
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