El fin del principio (Epílogo de la serie: RUFUS)

Por José Pablo López:

La Era de los Soles

Mañana comenzará la Era Vender.

Toda ventana que asoma a las callejuelas de los barrios bajos, cada torre y cada balaustrada de los castillos menores y mayores del reino, la Plaza del Conquistador y las ferias de cada confín de Novomundo, retirarán el verde con que se adornaron estas últimas cuarenta Grandes Traslaciones y se iniciará un nuevo ciclo.

Culminará la Era Zufrín, la Era Verde, la de las cosechas y el violeta será el color que predominará en cada actividad que se desarrolle en toda la civilización conocida. Así lo establecen las Reglas pactadas en la Gran Reconciliación

¡Alabado sea Eterno Hacedor!

Pero no es solo un cambio de color, una mudanza de paisaje, sino también de costumbres, de hábitos y hasta del carácter que marcarán el rumbo de quienes nos consideramos ciudadanos libres y respetuosos de los Antiguos Dioses.

La nuestra es más que una religión, mucho más que una creencia, es la fuerza vital que nos mantiene unidos y nos provee una fuente inagotable de recursos éticos y morales, imprescindibles para la perpetuación de nuestra raza, frente a los designios de los viles ángeles caídos que se hicieron fuertes en las épocas anteriores a la firma del Pacto de la Subsistencia y que desde entonces nos acechan, pacientemente, esperando por un descuido en nuestra férrea voluntad.

Nosotros, los dueños y custodios de la verdad única y revelada, nos regiremos, desde este momento, por los designios de los astros y serán nuestros soles, Ruhm y Salah, quienes dictarán nuestra forma de vida.

Así será cómo, desde hoy y para siempre nos diferenciaremos de los malditos, de los que hicieron de la oscuridad su credo y se rebelaron contra los Dioses Eternos, que gobiernan los siete mundos desde el principio de los tiempos.

Así rezamos, postrados, mirando a la Montaña de los Siete Secretos, sietes veces cada día, cuando repican, desde los siete puntos cardinales, las campanadas de todo el reino…

Así fue que la gran llamarada en Ruhm, el sol rojo, nos sobresaltó ayer a la hora nona, cuando nos disponíamos al sexto rezo obligatorio. Fue mucho más potente e intensa que aquella que cuarenta años atrás marcó el inicio de Zufrín.

Un fuerte viento cálido y seco, nos azotó la cara, obligándonos a  correr y buscar refugio en un parador de oración. La Era Verde se había anunciado aquella vez, apenas con un tenue resplandor en Salah, el sol azul, más frío y lejano.

Así se inició el tiempo de calma, de escasas tempestades, de cosechas abundantes y fertilidad generosa, que termina mañana.

Tal vez por eso hoy fue un día de temor general, de rumores desmedidos y sórdidas reuniones de murmuradores y vacilantes. Los más viejos, los que en tiempos olvidados ya vivieron otros Vender y Zufrín, recuerdan también las excepcionales Eras Hazar, en las que el amarillo marca los fines de dinastías y el comienzo de las plagas; es conocida como la Época Triste o del Reinicio.

Ellos recuerdan, en voz baja y rehuyendo las miradas, que con el violeta no solo se inicia el ciclo de las carnes, el tiempo de oro para carniceros y matarifes y de acumulación de cosechas en silos, a la espera de un nuevo Vender, quizás más monocorde, pero sin dudas, menos violento, más mesurado.

Con la Era de las Carnes, se despiertan las pasiones y se exaltan los deseos; los hombres se dejan crecer sus barbas y montan grescas azuzados por el aguamiel, que corre sin reparos. Los más violentos exigen sangre e inician guerras fratricidas y mortales, por motivos tan falaces como insignificantes.

Las mujeres olvidan su recato y deambulan por las noches eligiendo compañeros y camastros; cambian de maridos como de respaldos y se sienten dueñas, otra vez, de sus caderas y sus vahídos.

Se pierden vidas, casi en la misma proporción que antes se fecundaron; riquezas cambian de dueños y reinas se tornan aldeanas; rencores casi olvidados se atizan en silencio, se reciclan amores al son de danzas prohibidas y en rimas de sonetos malhablados.

Las disputas se saldarán al sonido de las espadas, muchedumbres enardecidas exigirán conjuros y primará el descontento horadando autoridades de precarios concejales que no cesarán de ceder y no tardarán en correr. Cuan diferentes circunstancias a las diáfanas mañanas del  Zufrín, cuando los sacerdotes deben abandonar temprano sus camas y con voz monocorde y jerárquica, imponer la ley, según las Tablas y los castigos, según sus caprichos.

Es por ello, por lo que hemos de vivir a partir de mañana, que escribo, urgido, estas brevísimas cuartas y así dejar constancia, a generaciones postreras, de nuestro fervoroso y piadoso modo de vida. Al final, no es más que un humilde testimonio de un ciudadano corriente, temeroso de los dioses y respetuoso de lo acordado por nuestros ancestros en el Gran Pacto, al que todos respetamos.

¡Qué la Bendita Escogida nos proteja!.

Quién sabe si a partir de mañana puedo continuar mi tarea de escriba de la Iglesia del Señor de la Criba: todo puede cambiar, como ya pasó tantas veces. Pero ésos son los designios de nuestros Dioses Antiguos y así fue establecido y por todos refrendado.

Es por este Pacto y su estricto cumplimiento que nosotros, los elegidos ciudadanos, nos diferenciamos de esas bestias renegadas de aspecto humano, que viven más allá de las murallas, escondidos en los bosques y vestidos con harapos. Ésos que, según dicen relatos de viajeros y aventureros, comen lo que les viene en ganas, sin reconocer eras de carnes, frutas o pescados; salvajes que no respetan las llamaradas solares, ni leyes naturales, que se autoproclaman libres y dicen ser sus propios reyes; que no precisan de recitadores de ecos como  llaman despectivamente a nuestros ilustres sacerdotes.

Se burlan, parece, de nuestras atávicas costumbres, llaman lascivas y libertinas a nuestras mujeres-vender, y traidores, y hasta enajenados, a nuestros barbados hermanos; llaman tiranos a nuestros reyes porque imponen la Ley, por ellos heredada.

Allá ellos y sus bárbaras costumbres, yo mientras tanto pondré éste y otros manuscritos, a buen resguardo. No vayan a perecer incendiados por mis civilizados y devotos hermanos.

¡Alabados sean los Eternos Señores de las Eras!

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