Por Jose Pablo López
El Dr. Amor yacía sin vida en el frío piso de su oficina, ubicada en el piso superior del enorme galpón en el que, tras la fachada de almacén portuario, encubría su cuartel general.
La rápida y abúlica investigación no señaló ningún culpable, aunque sí tantos sospechosos, como hombres y mujeres, que lo frecuentaban.
Benjamín Amor había nacido en la más cruda de las indigencias, y a fuerza de esmero, una férrea voluntad y una inequívoca vocación delictiva, se había hecho un nombre, siendo aún joven, en los bajos fondos lindantes al puerto.
Traficante, cafisho y apretador a sueldo fue cimentando su fama de hombre cruel e insensible como la peste, despiadado hasta el desaliento, y de ambición desmedida.
Con instrucción primaria incompleta, se ufanaba, engreído, del título de “doctor” con el que se lo conocía, quizás por su mentada inclinación a las “cirugías” con las que solía zanjar controversias.
Pero no fue hasta que se asoció al “Cicatriz” Pairó que comenzó su vertiginoso ascenso en el mundo de los contubernios políticos y de las prebendas amañadas.
De la noche a la mañana, cómo quien dice, amasó una fortuna que crecía a la sombra de negocios que cerraba en horas de madrugada; casi no se lo veía, apenas se lo presentía.
Fue en esa época también cuando se enredó con “la catalana”, la dueña del más populoso bodegón de la isla, de belleza indecible y espíritu arisco, a la que nunca terminó de conquistar pero que, fiel a su estilo, terminó doblegando, usando y prescindiendo.
De esa unión, arbitraria y desigual, nació la tímida y resuelta Belén, por quien nunca se interesó y a quien ni siquiera llegó a conocer. Sin duda un error que comprendió en su hora final.
Belén, que heredó la belleza de su sangre, delgada como un lirio y de preciosos y enormes ojos negros, creció entre los llantos de su madre y el invasivo olor a alcohol, sudor y tabaco que infestaba la fonda.
Transitó el paso de la niñez a la juventud escuchando historias de un progenitor al que odiaba y tejiendo historias de conspiración y venganza mientras soportaba indolentemente el destino que le tocó en suerte y las manos insolentes de los clientes.
No fue casualidad que Belén haya entrado a trabajar en el almacén del puerto, ni que, invisible durante diez años soliera quedarse limpiando y acomodando hasta muy tarde, y fuera testigo indiscreta de las actividades clandestinas del Dr. Amor en su oficina, impartiendo oscuras directivas, gritando sin mesura, maltratando a todos e imponiendo su autoridad, sin distinciones.
Belén fue una de las pocas personas de las que nunca se sospechó.