Por Vision Times
Se dice que en los tiempos del Emperador Shun (XXIII a.C.-XXII a.C.) vivían nueve dragones muy malos en la profundidad del Monte Jeuye.
Cada vez que los temibles dragones jugaban en las aguas del río Xiangjiang, sus vigorosos movimientos provocaban que el rió se desborde y los pueblos aledaños se inunden.
Era un desastre, las aguas arrasaban con la agricultura y derrumbaban las viviendas de los aldeanos. La gente se sentía muy apenada y sufría por sus pérdidas.
El emperador Shun, siempre estaba muy preocupado por el sufrimiento de su gente; cada vez que se enteraba del daño que los dragones causaban a las personas no podía comer ni dormir.
Un día decidió viajar al sur para resolver este problema. Era hora de castigar y terminar con los dragones.
Shun tenía dos concubinas, Urwon y Nuyin, eran hijas de su predecesor el Emperador Yao. Ambas jóvenes, nacidas en la realeza, estaban influenciadas profundamente por las enseñanzas de Yao y Shun, de modo que no disfrutaban de una vida de lujo, y siempre estaban preocupadas por los sufrimientos de la gente común.
Pero las concubinas no querían que el emperador Shun se fuera de casa, pues temían a los peligros del río. Reflexionando un poco, consideraron que Shun podría aliviar el sufrimiento de la gente, entonces decidieron ocultar su tristeza y lo dejaron ir.
Después de la partida del emperador, Urwon y Nuyin esperaron en su casa por las buenas noticias. Oraron de día y de noche deseando que el emperador regrese pronto, triunfante y victorioso tras haber conquistado a los malvados dragones.
Año tras año vieron a las golondrinas ir y venir, y a las flores florecer y marchitar, y aún así, no sabían nada de su amado.
Preocupada, Urwon le dijo a su hermana: “Esto quiere decir que fue atacado por los dragones o perdió el rumbo en las distantes montañas”.
Después de pensar por un largo tiempo, en vez de seguir llorando por su regreso, decidieron salir a buscarlo.
Enfrentando el viento y la nieve, Nurwon y Nuyin buscaron a su esposo. Subieron cada montaña y cruzaron cada río del sur.
Finalmente llegaron al Monte Jeuye. Visitaron cada villa y caminaron con dificultad cada sendero del Monte Jeuye. Un día llegaron a un lugar llamado las Tres Rocas.
Allí había tres grandes y misteriosas rocas rodeadas de bambú de color verde jade y una tumba hecha de perlas.
Sorprendidas, preguntaron a los aldeanos, “¿A quién pertenece esta magnífica y bella tumba? ¿Por qué hay tres rocas paradas allí?”.
Los aldeanos con lágrimas en los ojos les contaron la historia. “Es la tumba del emperador Shun. Su majestad vino del lejano norte para ayudarnos a exterminar a los nueve dragones siniestros.
Gracias a él, ahora la gente vive en paz y feliz; pero su majestad dejó su sudor y su sangre, se enfermó y murió aquí”.
Después de la muerte del emperador, y en agradecimiento por su valentía, los aldeanos del río Xinagjinag levantaron un monumento en su memoria.
La leyenda cuenta que una bandada de cigüeñas del Monte Jeuye, conmovidas por las valerosas acciones del emperador, voló al mar del sur de China día y noche para traer perlas brillantes y ponerlas sobre la tumba del emperador, la cual se convirtió en una tumba de perlas.
Y se dice que el tridente que el emperador usó para destruir a los dragones fue clavado en la tierra y se convirtió en tres enormes rocas.
Cuando las concubinas Urwon y Nuyin escucharon lo que había ocurrido se entristecieron mucho, abrazadas, lloraron largamente. Era tal la pena y el dolor que lloraron por nueve días y nueve noches; lloraron hasta que no les quedaron más lágrimas para llorar.
Sus lágrimas se convirtieron en sangre y se dejaron morir al lado de la tumba del emperador.
Las lágrimas de Urwon y Nuyin rociaron los bambúes del Monte Jeuye. En la superficie de los bambúes se ven lágrimas agrupadas de color púrpura, rojo y blanco; se dice que son los bambúes de las concubinas de Shun.
En algunos de los bambúes hay marcas como de huellas digitales. Se dice que fueron dejadas por las dos concubinas cuando se secaban las lágrimas. En otros, hay marcas de sangre roja, es la sangre seca de las lágrimas que derramaron las jóvenes desdichadas.