Por Mikel Davis
La reciente pandemia es, sin duda, una de las mayores catástrofes que hemos vivido en nuestras vidas. Sin embargo, en los largos anales de la historia china existen numerosos relatos de plagas y otras calamidades de escala similar.
Estos ejemplos de la antigüedad nos proporcionan una valiosa información sobre cómo los emperadores y la gente común se las arreglaron para sofocar desastres y curar enfermedades una y otra vez.
La carga del emperador
En la antigua China, cuando la nación sufría una calamidad importante, la responsabilidad última recaía normalmente sobre los hombros del emperador. Prevalecía el concepto del derecho divino de los reyes, y a menudo se hacía referencia al emperador como el «Hijo del Cielo», simbolizando su papel como hijos de Dios, encargados de gobernar al pueblo en su nombre.
Sacrificio ante la sequía
Durante la dinastía Shang, el reino padeció una persistente sequía durante varios años consecutivos, que dejó al pueblo en la indigencia. El rey Tang de Shang erigía altares de sacrificio todos los años, rogando en vano que lloviera.
Al séptimo año, un adivino profetizó que era necesario un sacrificio humano en vida para que llegara la lluvia. Al oír esto, el rey Tang declaró:
–«Rezo para que llueva por el bien del pueblo. Si hay que quitar una vida para que lleguen las lluvias, ¡que yo sea ese sacrificio!».
A continuación se purificó religiosamente, se cortó las uñas, se afeitó la cabeza, se arrodilló en un bosque de moreras silvestres y rezó fervientemente al cielo. Reconoció seis áreas en las que había fallado en sus deberes, haciendo introspección en cada una de ellas. Antes de que terminara de hablar, su sinceridad tocó el cielo y empezó a llover torrencialmente, poniendo fin a siete años de sequía.
Empatía y sacrificio durante la dinastía Tang
El documento histórico de la dinastía Tang Lo esencial de la gobernanza (Zhenguan Zhengyao) relata un año de grave sequía y plaga de langostas en Chang’an en el 628 d.C.. Durante una inspección de las zonas afectadas por el desastre, el emperador Taizong de Tang vio muchas langostas y, cogiendo unas cuantas en sus manos, les dijo:
–«Los humanos dependen de los cultivos para sobrevivir; vuestro consumo de estos cultivos perjudica al pueblo. Si la gente sufre, es culpa mía. Si tenéis conciencia, comed mi corazón en su lugar y no perjudiquéis más al pueblo».
Estaba a punto de tragarse las langostas cuando intervinieron sus ayudantes, advirtiéndole de que los insectos podían enfermarle. Sin embargo, Taizong respondió:
–«Ese es precisamente el efecto que deseo. Que el Cielo transfiera los desastres del pueblo sólo a mí; ¿por qué debería temer caer enfermo?». Entonces se tragó las langostas y, como en respuesta, la plaga de langostas fue efectivamente erradicada.
Las repercusiones de romper un voto en la dinastía Ming
Una historia de la dinastía Ming relata un brote de peste en la región de Suzhou durante el verano de 1511. Un lugareño llamado Gu Zhen y toda su familia contrajeron la enfermedad. Desesperado, Gu Zhen llevó a su familia a hacer un voto solemne a los dioses, prometiendo adoptar un estilo de vida vegetariano, realizar buenas acciones y abstenerse de matar seres vivos. Milagrosamente, toda la familia se recuperó de la plaga.
Por aquel entonces, la prefectura local estaba distribuyendo grano entre la población afectada por el desastre. Gu Zhen fue a la ciudad a recoger su parte. De camino a casa, vio pescado a la venta e impulsivamente rompió su voto. Compró tres pescados y una jarra de vino, y se dio un gran festín al volver a casa sin confesar su transgresión a su familia. Sin embargo, los síntomas de la peste reaparecieron ese mismo día y sucumbió rápidamente a la enfermedad. Esta historia sirve de advertencia divina a la humanidad, recordándonos las consecuencias de romper nuestros solemnes votos.
De estas anécdotas históricas se desprende que el pueblo chino, desde los emperadores hasta los plebeyos, siempre ha afrontado las calamidades con espíritu de sacrificio, introspección y adhesión a sus compromisos. Creían en la intervención divina y en que sus acciones podían influir en el curso de los acontecimientos naturales.
A pesar de las diferencias culturales e históricas, estas historias pueden resonar aún hoy entre nosotros, recordándonos nuestra humanidad compartida y nuestra capacidad para soportar y superar la adversidad.